por: Reinaldo Cedeño Pineda / Exclusivo

Tras la inasistencia de Cuba a Los Ángeles, sobrevino el desborde de Kobe, la oda sobre el tapiz de los luchadores Raúl Cascaret y Pedro Roque; así como el duelo entre las dos K. En los Mundiales juveniles de boxeo y voleibol, asomaron nombres como los de Félix Savón y Mireya Luis, destinados a hacer historia.

Hitos en el meridiano deportivo de los ochenta. Eso y más. Nuevos tomos que llenar para el escribano.

La “olimpiada cubana” fue la Universiada de Kobe’85. Lo que no pudo ir a California se mostró en la tierra del sol naciente. La Mayor de las Antillas tuvo un paso impresionante, tanto que ancló tercera en la tabla general con una veintena de medallas, tras la Unión Soviética y Estados Unidos, por encima de China, Rumanía y el país anfitrión.

La armada cubana del campo y la pista escribió una de sus páginas más brillantes. Silvia Costa impuso registro para la competencia con 2,01 metros en la altura. La jabalinista Ivón Leal lanzó el dardo hasta 71,82, otro registro de Cuba y de los Juegos.

Cuba vio coronarse asimismo a los relevos largo y corto entre varones, al velocista Leandro Peñalver en el doble hectómetro, a los discóbolos Luis Mariano Delís y Maritza Martén y al saltador Jaime Jefferson. La Quirot ya anunciaba lo que venía, con dos preseas. ¡Al fin, el gimnasta Casimiro Suárez obtuvo un título de jerarquía universal, al ser proclamado campeón del caballo de salto! Creo que también salté con él.

En 1985, Raúl Cascaret también tuvo su “primavera en Budapest”. Santiaguero, como yo. Hice un despliegue en mi bitácora, en mi periódico personal. Lo enmarqué con lápiz rojo: “Primer cubano campeón mundial en lucha”. Repetiría la misma dosis en 1986. Sus duelos con el norteamericano Dave Schultz resultarían antológicos.

El luchador clásico Pedro Roque siguió la senda abierta y obtendría en 1987, curiosamente en el mismo mes, el gallardete panamericano en Indianápolis y el universal en Clermont-Ferrand, Francia. Cascaret y Roque, lamentablemente, murieron jóvenes. Que no se olviden sus nombres en la historia de un deporte que tantas glorias ha dado a la Mayor de las Antillas.

Hubo dos importantes torneos en la capital cubana en 1985: el Intervisión de gimnasia rítmica y la Copa América de gimnástica (gimnasia artística). Anoté puntuaciones, discrepé , disfruté, especialmente de la elegancia de Thalía Fung, el debut de la niña Nely Ochoa ―a la vuelta de los años, preparadora principal de la selección nacional― y la clase de Elsa Lidia Chivás, una gimnasta sin nervios.

Los duelos entre los ajedrecistas Anatoli Karpov y Garri Kasparov marcaron los ochenta, marcaron para siempre. Tras un maratónico 1984, con Kasparov al borde del KO, su increíble resurrección y la suspensión del match por el presidente de la FIDE ―el señor Campomanes―; todo estuvo listo el año entrante para el encuentro de la verdad en la sala Tchaikovski moscovita. El triunfo del llamado “Ogro de Bakú” removió los trebejos. El nuevo titular desató tormentas por doquier, dividió al mundo.

Llevé a mis cuadernos el resultado de cada partida. Como las revistas soviéticas, circulaban como las nuestras, no fue difícil conseguir imágenes de ambos campeones. No ha habido una rivalidad deportiva como aquella.

Otra vez sin Juegos. Sotomayor. Duisburgo, Barcelona, Budapest, Japón.

Cuando anunciaron que tampoco Cuba iría a Seúl, se frustraron muchas ansias, aunque fuera a la callada. Fue un exceso. En el último lustro de los ochenta, Cuba arrasó en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Santiago de los Caballeros y mantuvo un segundo puesto en los Juegos de Indianápolis 1987, tras una delegación de lujo del país anfitrión.

Se estrenaba la gimnasia rítmica y Lourdes Medina resultó la estrella. Uno de los hechos más singulares fue protagonizado por los pesistas Pablo Lara y Francisco Allegues, cuyo peso exacto y cifras similares en el levantamiento, hizo que les entregaran seis medallas de oro en las tres modalidades de los 75 kilogramos del levantamiento de pesas, para dejar en bronce a otro cubano, Roberto Urrutia, que representaba a los Estados Unidos.

La increíble Jackie Joyner igualaba el registro del mundo en longitud con 7,45. En la rama masculina, mirad el podio: Carl Lewis 8,75; Larry Myricks, 8,58; Jaime Jefferson, 8,51.

Recuerdo que escuchaba la radio cuando se disparó el… “Última hora, última hora” en Radio Rebelde. Puse oídos. Javier Sotomayor establecía nuevo registro del mundo en salto de altura en Salamanca con 2,43. Era el 8 de septiembre de 1988. Corrí a buscar una foto del Soto que estampé en dos páginas. Había tenido el privilegio de presenciar su record mundial juvenil de 1986 en el la pista de rekortán del estadios santiaguero. Había estrechado su mano de campeón.

Hubo una labor de órdago para el deporte cubano en 1989. Fue la explosión de Ana Fidelia. Resultó la mejor atleta del mundo por sus tres títulos en la Copa del Mundo de Barcelona y dos en la Universiada de Duisburgo. En los 800 metros de la capital catalana, derrotó con autoridad a la campeona olímpica de Seúl, Sigrun Wodars, ambas con marcas de respeto. Los 1.54.44 de Fidelia por los 1.55.70 de la germana.

En la Ciudad Condal, América obtuvo los títulos en los relevos largos, con el tramo final de Fidelia y de Roberto Hernández. Este último se anotó un gran triunfo en la vuelta al óvalo individual y remató al norteamericano Antonio Pettigrew en la cuarteta. Silvia Costa ganó con un 2,04 en la varilla, lo que fuera en su momento el mejor registro de América. Ella fue una de las grandes aspirantes a medallas olímpicas, que nunca pudo probarse en esos ámbitos.

La Universiada de Duisburgo solo convocó cuatro deportes y Cuba volvió a tomar esos Juegos como desquite. Tercer puesto en la tabla general con ocho títulos y 19 preseas. Además de la dupleta de la Quirot, ganaron Roberto Hernández, Javier Sotomayor, Jaime Jefferson y Liliana Allen. Época de oro de la esgrima, tituló al equipo de florete y al espadista Carlos Pedroso, con otras tres medallas a la cosecha.

El mundial bajo techo de Budapest reservó al “chiquitico guantanamero” Andrés Simón, el campeonato del mundo en los 60 metros planos. Se había dado el lujo de derrotar en un torneo por Europa, al mítico Carl Lewis. Fue un título relampagueante, brillante, inesperado. Me gustaba verlo correr. No por gusto era el encargado del arranque de aquellos relevos cubanos que sorprendieron al mundo, hasta lograr una medalla olímpica.

Las morenas del Caribe ―camino a ser “las espectaculares”― y ausentes en suelo coreano, tomaron las ciudades niponas como vindicación. Mi agenda amarilla reflejó set por set. Las mujeres solo perdieron un segmento ante China. A las campeonas olímpicas de la Unión Soviética las barrieron 15-4, 15-6 y 15-12. Mireya Luis y Magaly Carvajal eran las bujías y fueron seleccionadas como mejor atacadora y mejor bloqueadora del certamen, respectivamente.

Los hombres se crecieron. Invictos ante la crema de la net y el balón, todavía se recuerda su gran triunfo ante Italia en una batalla decisiva, por 3-2. La Italia de Zorzi, Anastasi y Gardini versus la Cuba de Despaigne, Lázaro Beltrán y Abel Sarmiento.

En el Mundial de Boxeo de Moscú, hubo más de un despojo, como el de Pedro Orlando Reyes a favor del local Yuri Arbachakov en los 51 kilogramos. Las letras se afilaron. Salí del lápiz habitual y usé colores para remarcar las ideas.

He juntado algunos recuerdos, unos pocos. Ahora mismo estoy ojeando esta papelería. Una vez me preguntaron si no me había frustrado por no dedicarme a la rama deportiva del periodismo. Invité a mi colega a la casa, le abrí un cajón y otro, otro más. Todavía recuerdo su mirada cuando tuvo en sus manos mis manuscritos, mis cuadernos olímpicos, mi internet doméstica, mi locura.