Por Eddy Luis Nápoles Cardoso

Ya se compite en los XXXII Juegos Olímpicos de la Era Moderna, que tienen por sede a Tokio, pero sería oportuno regresar 57 años atrás, cuando la populosa capital japonesa acogió la XVIII edición, celebrada entre, el 10 y el 24 de octubre de 1964. En esa cita olímpica, un mulato santiaguero conquistó la primera medalla del nuevo deporte cubano, ese que nació luego de 1959.

Se hace necesario recordar que, con anterioridad, la participación criolla en Juegos Olímpicos fue escasa, como también fue reducida la conquista de preseas. El esgrimista Ramón Fonst había cosechado las primeras medallas, oro y plata en París 1900, así como dos títulos en San Luis 1904, cita donde Manuel Dionisio Díaz, conquistó el título en sable individual. La restante presea, plata, llegó en Londres 1948, con el yate Kurush III en la clase Star de las velas, formado por Carlos de Cárdenas Cumell, padre y Carlos de Cárdenas Plá, hijo.

Volvamos a la cita japonesa, donde la comitiva cubana estuvo integrada por 27 atletas, tres de ellos, en atletismo, que intervinieron en seis especialidades deportivas. Los máximos honores correspondieron al velocista Enrique Figuerola, ganador de la medalla de plata en los 100 metros planos. La también indómita Miguelina Cobián, se ubicó quinta (100 metros), mientras que el matancero Lázaro Betancourt, era semifinalista en 110 con vallas.

En Tokio, Figuerola participaba en su segunda cita olímpica, pues se había ubicado quinto cuatro años antes en Roma. Su desempeño está estrechamente relacionado con la presencia del estadounidense Robert Hayes, quien había lanzado su candidatura en los Triales de Estados Unidos (Randalls Island), con 10.1 segundos. El “Figaro”, como también es conocido el atleta cubano, debutó dominando el último heat (10) de la ronda uno, con 10.5, le escoltaron el jamaicano Lynsworth Headley (10.5) y el francés Roger Bambuck (10.6); por su parte, Hayes se impuso en el heat 8 (10.4). En cuartos de final, Figuerola ganó el heat 2 (10.3), delante del polaco Wieslaw Maniak (10.3) y del australiano Robert Lay (10.4); Hayes también realizó 10.3, para ganar la serie cuatro.

Por lo acontecido en las semifinales (2), pareciera que el santiaguero tendría pocas opciones en la carrera final; en la serie uno, Hayes ratificó su favoritismo al título, con 9.9w, seguido de Maniak (10.1), el bahamés Thomas Robinson (10.2) y el alemán Heinz Schumann (10.4); mientras que en la serie dos, la más reñida, venció el canadiense Harry Jerome (10.3), seguido del marfileño Gaoussou Kone (10.4), Figuerola (10.4) fue tercero y el estadounidense Melvin Pender (10.4), cuarto. Esto aconteció el 15 de octubre (14:00 horas).

La carrera final estaba calendariada para el propio 15, pero a las 15:30 horas (Japón), pero hagamos un paréntesis; les propongo analizar algunas variables de este duelo final. Figuerola y Bob Hayes nunca se habían enfrentado, pero los entrenadores estadounidenses conocían bien las características del corredor cubano, su excelente reacción en la arrancada, así como la velocidad que lograba en los primeros metros de carrera, los que le proporcionaban argumentos para aspirar al triunfo. Durante un entrenamiento conjunto para adaptarse a las voces de mando del juez de salida (en idioma japonés), realizaron carreras de 40, 50 y 60 metros, el Figaro siempre adelantó a Hayes, esto causó cierta preocupación a los coachs del norteño, los que realizaron ajustes en la colocación del sprinter estadounidense en los tacos de salida, de manera tal que Hayes pudiera arrancar con mayor holgura. Otra variable a tener en cuenta es que, Hayes con una estatura de 1.83 metros, cuando Figuerola (1.67) alcanzaba su máxima velocidad (sobre los 60 metros), todavía el estadounidense no había logrado su pico máximo.

Volvamos a la carrera final realizada en el Estadio Olímpico de Tokio, ese 15 de octubre de 1964; los ocho finalistas alinearon así, Hayes (1), el alemán Schumann (2), Figuerola (3), el marfileño Kone (4), el canadiense Jerome (5), el polaco Maniak (6), el bahamés Robinson (7) y el otro estadounidense, Pender (8). Figuerola realizó una excelente arrancada, pero rápidamente fue emparejado por Hayes, quien apoyado en su fortaleza física y potente remate, logró el título olímpico, con 10.00 segundos, igualando el récord mundial del alemán Armin Harry; el cubano lo escoltó con 10.2, mientras que el canadiense Jerome era tercero con el mismo tiempo. Así llegó la primera medalla olímpica (plata) del atletismo cubano, sendero por el que han arribado otras 41 preseas, incluyendo, 11 títulos.

La carrera atlética de Enrique Figuerola Camué no concluyó en Tokio 1964, ese quizás fue su pináculo, pero el atleta santiaguero vivió otros momentos cumbres en el atletismo, como lo fue, el 17 de junio de 1967, en Budapest, cuando igualó el, entonces, récord mundial de los 100 metros planos (10.00) o su tercera participación olímpica, México 1968, donde fue determinante como “finalista” de la posta 4×100 (Hermes Ramírez, Juan Morales y Pablo Montes), que conquistó medalla de plata, cuarteta que se dio el lujo en aquel momento (19 de octubre), de establecer un momentáneo récord olímpico, con 38.7 (1h1).

En su hoja de servicios se albergan, además, sendos títulos mundiales universitarios, Sofía 1961 y Sao Paulo 1963; el título panamericano en esa última ciudad brasileña, ese propio año y el oro centrocaribeño en San Juan 1966, entre otros. Figuerola paseó su estela de éxitos por los meeting, Kuzocinsky (Varzovia), Rosicky (Praga), Znamensky (Moscú), Britingen (Alemania) o Bonnenfant y Mericamp (París).

Ahora, que los músculos atléticos se ponen en acción, por segunda ocasión, en Tokio, es oportuno rendir este sencillo homenaje a quien trajo la primera medalla olímpica del nuevo deporte cubano y la primera del atletismo criollo.