Por Rogelio Ramos Domínguez

La última vez que Yaimé Pérez y yo compartimos una cerveza todavía se pagaba en CUC. La campeona estaba en una de esas cafeterías llamadas «Rápido». Yo entré a comprar pollo (aún era posible) y la vi con sus amigos. Me invitó a su mesa y hablamos con dificultad mientras la música y las historias de los bebedores se amontonaban a nuestro alrededor.

La vi entonces invitar a un amigo de la infancia a que se quedara un rato. La escuché pedir que por favor repitieran «ronda». La vi tumbada en su naturalidad, sin afeites, sin el disco aquel con el que retaba a la Perkovic. Era una mujer común, una muchacha que por tener el pelo amarillísimo le plantaron un mote que le acompaña aún. La Rusa.

Yaimé Pérez decidió quedarse en Estados Unidos. En el mundial de Oregon, ni siquiera pudo hacer una buena marca, quedó en séptimo lugar con 63.07 metros. Tenía pensado no volver a la isla. Había sido la abanderada de las olimpiadas de Tokio 2020, la primera mujer. La vimos en la televisión, fue titular en los periódicos, tenía su propio carro, el amor de los suyos y un respeto que iba creciendo en la memoria del país. Sin embargo, no volvió más. Se quedó La Rusa.

«Tú mejor que nadie sabes que mi mamá tenía que trabajar en la agricultura, recogiendo café y haciendo trabajos duros, para poder sacarnos adelante», me dijo. Y lo recuerdo, la primera vez que un equipo de prensa fue a su casa en La Mina de Ponupo, evitaron poner todo el contexto. La pequeña casa tenía un piso de piedras calizas, que según nos dijeron, su madre fue colocando con sus propias manos.

«Yo sé lo que es tener nada, irme a dormir con el estómago vacío», me hablaba y estaba a punto de irse a un cumpleaños, quizá por eso conjugamos el dolor con el modo en que se inserta en la nueva vida. «Aquí todo va bien gracias a Dios. Fue difícil al principio porque aquí tienen una forma distinta de entrenar, pero ya me adapté y me va muy bien, aprendiendo mucho y mejorando mi técnica».

«Aquí se entrena diferente, trabajan mucho en mejorar tu masa muscular y fortalecer todo tu cuerpo. Entreno de domingo a viernes. Hay otra mentalidad y no existe la presión que tenemos allá».

Hacer periodismo es tensar la cuerda, pero La Rusa es mi amiga, ¿cómo hago para hundir el cuchillo? Su madre y yo bebimos tantas veces del mismo vaso, podríamos armar un largo texto. Además, son gente muy simple y en eso consiste la hermosura, no hay sitio para artilugios. Si hay que decir «pan», se planta la palabra sobre la mesa, sin tapujos. De modo que decidí hilar sobre lo hermoso, al fin y al cabo es la primera vez que Yaimé y yo hablamos después de que se radicara en Estados Unidos.

De todas maneras, le pregunto si su decisión no pesa, si le ha hecho bien, no duda: «Súper feliz de estar aquí. Tú que me conoces y conoces a mi mamá, sabes todo el trabajo que hemos pasado en la vida. Yo no quería volver a pasar lo que ya una vez pasé. Tú sabes que el deportista allá cuando termina es uno más del montón. Ya viste a Osleidys y como ella, muchos más. Mi familia merece un mejor futuro y quién mejor que yo para dárselo».

En abril de 2023, Yaimé Pérez compitió en La Jolla, California (Estados Unidos) y obtuvo un tercer lugar con una marca de 66.97 metros. Fue superada por la estadounidense Valerie Allman y la neerlandesa Jorinde van Klinken. Sobre Allman, me había dicho que era una de las tiradoras más técnicas del momento. Hay una foto en la que las vimos abrazadas. «Me felicita, me dice que está feliz de que esté aquí».

Yaimé Pérez vive con su novio y no tiene mucho tiempo para visitas. Entrena todos los días, menos los sábados, de 10 a 3:30, estudia inglés y ha abierto el diapasón musical. Ahora escucha música anglosajona y está enfocada en aprender a hablar con fluidez el idioma de su nueva tierra.

Le pregunto sobre su situación legal y dice que todo fluye, que me dará detalles luego. Se niega a hablar de por qué nunca le hicieron su casa en La Maya, se niega a hablar mucho, solo dice que es feliz, que siente que todo camina y que echa de menos a su familia. Siento que la campeona necesita un poco de paz y se lo propongo. Ya hablaremos luego,me da el sí y pienso en advertirle que vendrán preguntas más difíciles. Sin embargo, hablo con un ser humano que teme a pocas cosas, que ha tenido que verle la cara a los peores entuertos y ha sabido resurgir.

La última cerveza que compartí con Yaimé Pérez era una Cristal. Recuerdo las heladas gotas de agua que rodaban por las latas. Palabras como jamón, mantequilla, pan, aceituna o vinagre eran citadas en el rango de lo posible. Ella tenía su peugeot, la aplaudían en la plaza del pueblo y la citaban en los diarios nacionales. Cuando volvimos a hablar, nada de lo anterior era posible. Yo sigo echando de menos filmar a los suyos, aun cuando tuviera que pedirle a mi camarógrafo que evitara algunas hendiduras en el techo.

En Cuba nos acostumbramos a ver partir a estas personas y pensar que cometen un error (habría que recordar los titulares sobre Diobelis Hurtado), pero gastamos semanas hablando de un gol de Messi como si no fuera un argentino jugando en Europa. Imagino que lo iremos normalizando, Yaimé volverá a su barrio y podrá componer un sábado con los suyos, con los que la queremos y la vemos como lo que es, la campeona nuestra, lo será siempre.