por: Reinaldo Cedeño Pineda/ * Exclusivo

La jabalina surcó el aire, yo la vi. No fue mi brazo, pero yo soplé. Me fui con el dardo a Luzniki, a Moscú. Todavía recuerdo el gesto de María Caridad Colón Ruenes, esa chica de Baracoa de sangre mambisa. No he olvidado tampoco el cuarto puesto de Alberto Juantorena en la vuelta al óvalo ―puro coraje― tras haber sido operado cuatro meses atrás, nada menos que del tendón de Aquiles.

Esos Juegos despertaron definitivamente mi interés por la gran competencia, por el deporte. Era un adolescente. Quise ser discóbolo, como Luis Mariano Delís; pero mi cuerpo, mi destino no estaban hechos a esos menesteres.

Amo los números, las marcas, el triunfo. Muero o nazco con Cuba en cada carrera, cada remate, cada ippón, cada vez. Mentiría si dijera otra cosa, mas el tiempo me fue enseñando que mis ídolos ―los ídolos de tantos―, son seres humanos, falibles, con días de brillo, con días tristes en que las cosas no salen, por más que lo intentan.

Tokio 2020+1 toca a las puertas y toca fuerte, en verdad pensé que no se darían los Juegos. La preparación de los atletas cubanos ha sido difícil, algunos no llegarán con la que se hubiera querido. Lejanía, economía y pandemia, fueron (son) obstáculos a sortear. La Covid-19 ha mordido a varios de los protagonistas. Los torneos clasificatorios se pospusieron, se transformaron, se cancelaron en algunos casos. Hubo rankings exigentes y otros francamente cuestionables, como los del atletismo.

Como botón de muestra, basta el viaje por casi medio mundo que le tocó a la joven Daniela Fonseca rumbo al clasificatorio de tenis de mesa, que incluyó el tránsito Cuba-Francia-Turquía-Sao Paulo-Buenos Aires… y por si algo faltara, horas de carretera hasta Rosario. A competir sin descanso. Fatiga escribirlo.

Un heroísmo.

Esa es la palabra justa para calificar la labor de atletas, de entrenadores, de otros que apoyaron de muy diversa forma. Habrá que sumarle otra: excelencia. Tenemos que reconocer a todos los que han podido llegar a estos Juegos Olímpicos. Desde ya.

Lamentablemente, nuestra pantalla doméstica, nuestros programas deportivos han sido mayormente informadores y no contadores de esas historias. Lo que merecía un despliegue, muchas veces se ha consumido en una simple mención, como un relámpago convertido en una vela.

La agenda mediática que nos embute partidos y partidos de fútbol, rendida al proceso globalizador del gol; se ha develado lenta, esquiva, a la hora de exprimir algunas historias de casa.

¿Cómo se equilibran dos personalidades en modalidades competitivas en duetos, como el caso del canotaje o el voli de playa?

¿Cuál es el trabajo del sicólogo ante una competencia de esta magnitud, al enfrentar a un campeón, ante una inesperada derrota?

¿Quiénes son los deportistas cubanos más jóvenes, los más veteranos a los Juegos? ¿Cómo llegaron a la delegación olímpica, Leyanis Pérez o Yarisleidis Cirilo, por solo citar dos nombres de nuevos talentos?

¿Cuánto tuvieron que vencer nuestras tres luchadoras? Y así, se me ocurren mil preguntas más, muchos perfiles a explorar…

Los medios pueden hacer que respires junto al atleta. Esos deportistas son nuestro espejo, ellos somos nosotros. ¿A qué esperamos?

Hay que recalibrar, reevaluar, repensar, sacudir algunas rutinas convertidas en práctica, en lastres. Hay que desacomodar. Pudiera darse una paradoja: que algunos de nuestros atletas menos conocidos (pero igual de olímpicos) aparezcan en la transmisión y, ante esa pantalla mundializadora, sobrevenga un revés. La impresión puede ser errónea: a todos nos gusta ganar, mas de ninguna manera será posible borrar en un minuto el éxito de un atleta que ha dejado pedazos para estar allí.

La victoria es ser un atleta olímpico. Muchos lo intentaron y no pudieron. Esa clarinada suele obviarse demasiadas veces, como si a algunos les tocara competir por mandato divino. He visto disgustos ante una medalla que no sea el oro. He visto como un lugar olímpico de una final, es tirado a menos. He escuchado frases lamentables, de absurdo fanatismo. Nuestros atletas merecen respeto ―respeto desde todas partes―, los que brillaron antes y los que destacan ahora.

Los cubanos somos apasionados, pero es hora de ser más equilibrados, más justos. Si el deporte se redujera a la medalla, no valdría la pena.

Afortunadamente ahí está la radio, imbatible. Muchos ciclones me lo han demostrado: ella permanece cuando todo parece colapsar. La radio nos ha acercado la voz y el espíritu de muchos de nuestros clasificados. También algunos articulistas y cronistas hacen la diferencia, nos rescatan esos latidos en medios impresos o en plataformas digitales, como la propia Deporcuba. Conste que no es oportunismo, sino justa coherencia.

Nunca olvidaré el comentario de un colega de Costa Rica ante la actuación cubana en Beijing 2008. Muchos la criticaron porque solo aportó dos títulos (uno más al ser concedido años después el de Yipsi Moreno por doping de la titular). Él lo resumió en tres palabras: “ya quisiéramos nosotros”.

Tokio 2020+1 ya toca a las puertas y toca fuerte. Me permito soñar.

Hay sorpresas por venir, hazañas que contar. Hay que ver más allá, más adentro. Acaso habrá que sumergirse en la historia de la antigua Grecia, habrá que saltar al presente ―desde Atenas a Río―, para aquilatar la épica, la aureola, el indecible honor de ser olímpico.