Por: Boris Luis Cabrera Acosta

 A la memoria de José Fernández 

Se lo llevo el mar, el mismo que se quiso llevar a su madre una vez, el mismo que se convirtió en puente para sus sueños de niño. El mar, ese traicionero que nos vigila y que siempre está dondequiera que miramos, ese que nos pone la piel salada y que nos da ese carácter y esa risa eterna, el culpable de nuestras danzas y del calor que llevamos dentro.
El mar se lo llevó, ese que puede ser el más calmado de todos los dioses y que de súbito se alza y arremete contra futuros destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Jose ya no está en este mundo lanzando rectas de humo, agitando público, inquietando a rivales y llenando la copa gigante del orgullo latino en estadios y parques. Ya no está, se fue a otra dimensión y nos arranca una lágrima y un aplauso eterno. Aún nos parece mentira, pero se fue.
Dejó quebrado el camino por dónde venían corriendo atropellados, premios y esperanzas, se fue y ya nunca más estará en un montículo ni dará un jonrón decisivo. Como por arte de magia se difumina en el cielo y brilla con luz propia. Ahora estará en el viento, en la boca de fanáticos, en los fríos libros y en el corazón de todos, ahora será eterno, paradigma, luz, y ejemplo para todos los cubanos.

 

Los estadios están apagados, su camiseta cuelga en bancas y balcones, el asombro es general. El luto invade casas y televisores y aquí, en la tierra que lo vio nacer, esa misma que está rodeada de mar, de mar embravecido y calmo a ratos, esa tierra donde todos los que estamos tenemos de su sangre y de su estirpe, aquí en esta tierra una vez más hay silencio.

En la radio y la TV nacional todos callan, esquivan la mirada, miran hacia arriba, dudan y aguantan la respiración, mientras millones lloramos por las esquinas, nos abrazamos por los pasillos, susurramos historias increíbles de ponches y victorias y le vamos dando, poco a poco el honor que merece este hijo nuestro. Que en paz descanse José Fernández.