Por: Reinaldo Cedeño Pineda

1.

Imperturbable. El día avanzaba imperturbable. Sobre la pista sintética, sobre el óvalo rojo, allí, habían quedado los récords, los sudores. Las gradas comenzaban a ser vencidas por la larga jornada, pero los fieles nos quedamos hasta la última prueba: el salto de altura.

El atletismo es de los fieles.

Por la pantalla, había visto un documental sobre Valeri Brumel, “El saltador cósmico”. Eran otros tiempos. Se atacaba la varilla de frente, primero la pierna de péndulo, luego la rotación del tronco y la flexión de la pierna de despegue sobre el listón. El barrel roll o rodillo ventral. Con ese estilo coleccionó seis marcas del mundo. En la cima de su gloria, el soviético ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Tokio’ 64; pero un año después, un terrible accidente le destrozó una pierna. Nunca fue el mismo, pero no dejó de intentarlo. Cada salto suyo era una medalla de la voluntad.

“Tal vez este joven llegue a ser nuestro saltador cósmico”, pensé cuando vi aparecer a Javier Sotomayor en el estadio. Su estampa, su juventud, su decisión. El altavoz logró sacarme de mis pensamientos:

―Javier Sotomayor intentará el récord mundial juvenil: 2, 36 metros.

Así nomás. No podía creerlo.

El cubano nacido en Limonar, en Matanzas, intentaba desafiar 2,36 metros. Nuestro Valeri Brumel saltaría de espaldas, como el norteamericano Richard Fosbury, del que muchos se burlaron al inicio y que acabó revolucionando el salto de altura.

2.

Bajé hasta el punto más próximo a la pista sintética, al rekortán santiaguero. Recosté mis brazos de la barrera, saqué mi cuerpo; pero el tanque de saltos me quedaba lejos, demasiado lejos. No me pregunten como, pero me escurrí por la escalera, por la puerta. Algo me empujaba. Sentí la grama del estadio hundirse bajo mis pies. Y me detuve lo más cerca posible del acontecimiento. Un pequeño grupo de aficionados me había seguido.

El juez nos ordenó retirarnos unos pasos. Mi terquedad, mi ensimismamiento me hizo quedarme clavado, o acaso la evocación anda poniéndome más cerca. La varilla se alzaba infinita, francamente imposible.

Sotomayor era ya el recordista de Cuba, mas su nombre estaba por hacerse en las grandes lides. Tomó la carrera de impulso. Lo vi avanzar desde el fondo. Sus ojos como brasas. Los pasos. La pisada fuerte. El despegue… Aguanté la respiración. Instintivamente alcé los brazos… y transcurrió un instante, una eternidad.

Vi su cuerpo en el aire. Vi la varilla moverse. Un roce, un ligero roce. Mis ojos quieren sujetarla, detenerla en el aire. No cae. No.
El joven que se levanta del colchón, ya no es el mismo. Ahora, es el recordista mundial juvenil. El mejor saltador de altura entre los menores de veinte años. Entra para siempre en los libros. Es el 26 de febrero de 1986, en Santiago de Cuba, en mi Santiago.
Lo busqué. Extendí mi mano para estrechar su mano de campeón. Y me quedé un momento más observando la varilla.

3.

Lo mejor estaba por venir. Javier Sotomayor Sanabria batió el récord del mundo tres veces al aire libre. La primera vez en Salamanca, España (2,43), el 8 de septiembre de 1988. Luego agregó un centímetro más en San Juan, Puerto Rico, el 29 de julio de 1989. Un centímetro es un mundo. Y volvió a Salamanca, el 17 de julio de 1993, a saltar 2,45. Es el actual récord mundial absoluto de su especialidad al aire libre.

2,45: Mire, mire bien esa altura, mire hacia arriba. Como una portería de fútbol.

Sotomayor también ostenta el primado universal bajo techo de 2,43, establecido el 4 de marzo de 1989 en Budapest, Hungría. Ganó el título olímpico en Barcelona 1992 y el mundial en las citas de Stuttgart 1993 y Atenas 1997. También fue el rey de América por tres Juegos Panamericanos consecutivos.

Los deportistas no son máquinas, no son perfectos. Son capaces, sin embargo, de emocionar hasta las lágrimas, de inspirar con sus victorias, de hacernos saltar con ellos. Nada puede arrebatarle sus lauros. Y sus registros se estiran, se elevan, duran ya un cuarto de siglo.

¿Quién será el próximo?

Me he aficionado al salto de altura, a ese desafío de la gravedad, a ese suspenso. Y pensar que todo comenzó un día ante mis propios ojos, aquella tarde cuando bajé las gradas, cuando pisé la grama del estadio, cuando quedé a unos pasos del récord del mundo.

(Crónica retocada por el autor para la ocasión)