Por: Dubler R. Vázquez Colomé
El 11 de junio de 2012, medios de todo el mundo se hicieron eco de la noticia: había nacido en La Habana la leyenda de Teófilo Stévenson, el más grande boxeador olímpico de todos los tiempos, después de que a los 60 años su corazón diera el último campanazo de una pelea que el nacido en Las Tunas había ganado mucho tiempo atrás.
Chicago Tribune habló entonces del “boxeador que rechazó un millón de dólares por amor a Cuba”, al tiempo que el también estadounidense Huffington Post remarcó su carácter de púgil legendario y el español La Información lo calificó como “el dios cubano del boxeo”.
Muere la “leyenda cubana Teófilo Stévenson”, dijo Marca en sus ediciones digital e impresa, mientras que el Diario de Mallorca utilizó el término “mítico”, Telesur lo definió como “ícono” y La Nación, de Argentina, afirmó que se había ido “el más admirado boxeador olímpico”.
No pocos reportes de prensa recogieron aquellas jornadas las palabras del gran Mohamed Alí: “Me entristeció profundamente esta mañana la noticia de la muerte de uno de los grandes campeones del boxeo, Teófilo Stévenson”.
El hombre con el que pudo el cubano protagonizar “la pelea del siglo”, aseguró que el hecho de “haber ganado tres medallas de oro en tres Juegos Olímpicos diferentes, garantiza que él habría sido un enemigo formidable para cualquier otro campeón de peso pesado reinante o cualquier retador en su mejor momento”.
“Siempre recordaré el encuentro con el gran Teófilo en su Cuba natal”, continuó Alí, quien sorprendentemente dio la mejor definición del hombre al que sus amigos llamaban Teo o Pirolo: “Él fue uno de los grandes de este mundo, y a la vez un hombre cálido y abrazable”.
Cálido como pocos seres humanos de su talla, y abrazable, profundamente entrañable por el cariño y la sencillez que repartió a partes iguales: entre su familia, el añorado pueblo natal de Delicias o sus amigos más cercanos; pero también con sus millones de seguidores en Cuba y el mundo, con cualquiera que se acercara a conocerlo e incluso entre aquellos rivales de sus días sobre el ring, a quienes más de una vez ayudó a levantarse después de que sus puños terribles los hubieran derribado.
Ahora, ocho años después de que su muerte estallara en el mentón de todo un país, Teófilo Stévenson sigue siendo una presencia vital, el recuerdo de un hombre esencialmente noble, que prefirió el cariño de los suyos por encima de cualquier bien material, el eterno niño que cada año regresa sonriente a su tierra, ajeno por completo al mito enorme que siempre será.
Porque Teófilo no solo fue capaz de rechazar un millón de dólares por permanecer junto a su pueblo, sino que descendió del pedestal en el que nunca quiso verse y conoció a la gente de a pie que lo idolatraba. Poseyó con naturalidad el poder de irradiar alegría y lo mismo bailaba con los Van Van sobre un escenario que armaba una fiesta muy suya, íntima, en su casa, de donde aseguran que nadie podía irse hasta que el campeón lo autorizara.
Por eso, este día los cubanos recordamos a un hombre que, de tan grande, vivió pendiente de las pequeñas cosas, las más cercanas al corazón.
Tomado del Periódico 26
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