por: Gustavo Borges
Horas antes de romper el récord mundial de los 110 metros con vallas, el cubano Dayron Robles imaginó un baile de casino como los que hacen en La Habana, a los cuales solía faltar porque se iba a dormir temprano para alcanzar la maestría en el atletismo.
«El día antes vi al estadounidense Terrence Trammel, doble medallista olímpico, y dije para mí,’esto se va a poner rico’. Yo venía de un par de resultados malos y no pensaba en algo tan grande. En Ostrava mi cuerpo fue como una máquina», aseguró este jueves en entrevista a Efe el atleta retirado.
Este viernes Robles celebrará el duodécimo aniversario de su plusmarca de 12.87 segundos implantada en la ciudad del noroeste de la República Checa. Es todavía la segunda más veloz de la historia y no se ve quien la amenace como la mejor realizada por un corredor de habla hispana.
«Siempre que uno tiene la suerte de ponerse a la cabeza en algo da muchísima satisfacción; momentos como aquel te ponen o no en la historia. Fue uno de mis instantes más letales», dice al referirse a la proeza poco antes de convertirse en campeón olímpico en Pekín.
Robles mira atrás. Se ve vestido de negro, lleva una cadena en el cuello con una cruz. Sale por el carril seis y en la tercera valla ya lleva una ventaja que agranda para, con un cierre portentoso, convertirse en el más rápido de la prueba en la historia de la humanidad.
«Pasé años de trabajo en busca de la perfección. Ese día lo logré, lo recuerdo satisfecho», cuenta.
Aquejado por lesiones, luego de conflictos con las autoridades deportivas de Cuba, Robles se retiró antes de los 30 años. Muchos creen que tenía cuerda para buscar una medalla en los Juegos de Tokio 2020, pero él le dio un giro a todo.
Ahora maneja con su familia tres hostales y un restaurante llamado «La Habana Escondida», negocios a los cuales se une un proyecto de renta de habitaciones, en el que los huéspedes desayunarán, correrán o irán al gimnasio con el monarca olímpico.
«No soy un empresario. Es una palabra grande. Soy un emprendedor, busco la manera de montarme en la estructura actual y las necesidades de mi país, de crear elementos que tributen y hagan crecer a la sociedad», confiesa.
La gente de La Habana lo ve vestido de blanco o con un traje de marca y piensa que se da la gran vida. Es una verdad a medias. Para proveer a su restaurante, a veces se le ve doblar la espalda en los campos de yuca, un tubérculo codiciado en la isla, en los que se embarra las manos de tierra en la siembra o la cosecha.
«Busco un encadenamiento, tocar las cosas con las manos, a veces vamos al huerto y trabajamos. Son los caminos que hemos ido tomando», revela.
Es uno de los más grandes deportistas latinoamericanos del siglo XX, pero se comporta como un hijo de vecino que presume tener muchos amigos y muestra educación en las entrevistas.
Reconoce que uno de los lugares principales de su carrera fue España, donde hizo base en las giras internacionales, apreció la comida y se llenó de amigos.
«Es la patria grande. Tenemos un vínculo inmenso con España. En los últimos 35 años la élite más linda del atletismo cubano hizo parte de su formación allá, tengo amigos en el país y un cariño por el Real Madrid que no puedo explicar. Es porque sí y ya está», confiesa.
Quizás su mejor amigo español es el subcampeón olímpico Orlando Ortega, nacido en Cuba pero naturalizado en la nación europea. Se trata de uno de los contrarios en el pasado, por quien Robles profesa un cariño de familia.
«Ortega es mi hermano chiquito, fuimos rivales en un tiempo, pero tenemos una relación linda, lo aconsejé en algún momento. Ahora estoy loco porque lo dejen entrar a Cuba para compartir con él. Ojalá sea campeón olímpico y rompa récords. Lo merece», asegura.
A los 33 años el cuerpo de Robles es como su apellido, una especie de árbol erecto y fibroso. Dice que sigue fuerte porque va al gimnasio, corre y juega fútbol. Luego hace una pausa y revela una idea casi picaresca con la que pretende recordar los años mozos.
«Este año quería correr duro los 100 metros planos, pero vino la pandemia. Todavía estoy a tiempo de hacer algo bueno, solo por diversión. Quiero marcar 10.40 segundos con cronómetro manual. Es difícil, pero me entrenaré», confiesa con la seguridad de quien aún recuerda la fórmula para provocar milagros.
Redacción Deportiva (EFE) / Tomado de La Vanguardia
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