Por: Antonio Michel García / * Exclusivo

Habían transcurrido pocos minutos pasada la una de la tarde cuando recibía el primer mensaje con las nefastas palabras: Falleció Diego. Los programas deportivos y noticieros de televisión comenzaban a confirmarlo, a pesar de eso seguí con la misma rutina de mi trabajo. Mi primera reacción fue un estado negacionista, porque a esa hora no quería creerle a nadie, para mi todos estaban mintiendo.

Prendo la tele unos minutos más tarde, porque quería escucharlo a él, necesitaba escuchar su voz, al menos en una de esas viejas entrevistas que me gustaron mucho, quizás porque era la que toda una vida soñaba hacer.

El Diego más íntimo, sus sueños, el amor por la familia, sobre todo hacia su madre, el ser humano detrás de la pelota se desnudaba por dentro como pocas veces. También habló sobre su relación con el éxito y la presión por la fama:

“Cuando estás en lo más alto, no hay presurización allá arriba, y no somos muchos los que llegamos hasta ahí…”

¿Qué hay allá arriba que puedas transmitirle al que nunca llegó, al que nunca va a llegar…que hay? – le preguntó el periodista, mientras Diego elegía su mirada y tono más reflexivo para responderle:

“Hay soledad, hay frío, pero también hay un corazón que late mucho más rápido por haber hecho las cosas bien. Por poder decirle a mi vieja: “mira hasta donde llegué”

Al final de todo Diego entendió de que se trata la grandeza. Resumió lo que todos en algún momento de nuestras vidas hemos querido hacer, usar exactamente esas mismas palabras y poder regalárselas exactamente a la misma persona.

Alguna vez se le ocurrió también la genialidad de entrevistarse él mismo, y en su rol de periodista, aludiendo el tema de la muerte Diego preguntaba:

¿Si tuvieras que decir unas palabras en el cementerio a Maradona, que le dirías?

“Gracias por haber jugado al fútbol. Porque es el deporte que me dio más alegría, más libertad. Es como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota. Pondría una lápida: Gracias a la Pelota”

Me quedé mucho más tranquilo después de escucharlo decir esas palabras. Entendí que ese fue su mayor romance y su única novia. Agarré la camiseta de Boca Juniors – esa que tanto él amaba – y caminé un par de cuadras hasta la emblemática Bombonera. Allí, desde bien temprano, los cánticos, los rezos y la locura del pueblo Xeneize rompían la habitual rutina de una noche porteña.