Pedro Pichardo nunca fue un chico común. Lo conocí en el año 2012, hablaba poco, pero ya se le veía conciente de que traía en sus piernas lo suficiente para desafiar la historia.
«Haber alcanzado este resultado le dio un giro a mi carrera y me compromete a establecerme dentro de la élite de esta especialidad». – me dijo en aquella tarde bañada por el sol único del Estadio Panamericano de La Habana, unos pocos días después de haber llegado de Barcelona donde se había convertido en campeón mundial sub 20,
Y lo hizo; de hecho, lo está haciendo. Como cubano ya sacudió el techo de esta prueba tumbando a placer el récord nacional para dejarlo en ese 18.08 que veremos por un buen tiempo. Ganó medallas, cumplió sanción, superó lesiones, y dio dolor de cabeza a más de uno, tanto por sus saltos monumentales como por las particularidades de su personalidad.
Como portugués, ya ha hecho lo suyo, coronado con un 2021 perfecto donde se ha agenciado el oro olímpico, el diamante y también, el récord nacional de la tierra que comparte con España posición en la península ibérica.
Dejando los números aparte, porque estando aquí había saltado más, lo interesante es cómo se ha reinventado para saltar mejor.
Le ha tomado las medidas a la tabla, esa de la que tanto hablamos y que tanto nos fustiga. Ha sido capaz de producir los mejores resultados en la competencia fundamental, nuestra asignatura pendiente a través del tiempo y sobre todo, le hemos visto obrar con el aplomo de los grandes para llevarse títulos y aplausos a su nueva casa.
Lamentablemente, Cuba no ha estado en la hoja de ruta de sus celebraciones. Un hecho que pudiera ser reprochable porque dejar a un lado el sitio de dónde uno proviene es también un pecado capital, pero entiendo que ha de tener sus razones. Y esas, ya sean justas e irrevocables o caprichosas e infundadas son suyas, y por la ley más elemental del universo hay que respetarlas, aunque no comulguemos en lo más mínimo con ellas.
Sea como fuere, su éxito lleva mucho de esta tierra. Guste o no, sus brincos tienen tanto del rekortan santiaguero, como de las vetustas arenas de la Playa Bacuranao. Lo sabe él y lo sabemos todos.
Pichardo siempre fue un chico diferente. Sus deseos de ganar fueron la afirmación invariable en todas nuestras entrevistas, que no fueron pocas a lo largo de todos sus accidentados años en el equipo nacional de esta isla.
Queria ganar, y ha ganado; en toda línea . Junto a los títulos, los récords, las gemas y la gloria olímpica, también ha ganado un respeto adicional. Sus seguidores premian con creces la devoción manifiesta para con su padre y la vehemencia conque siempre defendió el derecho de poder trabajar con él. A fin de cuentas, entrenarse con Jorge era lo que quería y lograrlo (precio aparte) es la mayor de sus victorias.
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