Por Fabio Quintero
Escribió Rafael Alcides que la alegría era una pausa entre dos dolores. En la última jornada de locura, en el Hayward Field, el dolor casi que fue una pausa entre dos alegrías, o más… El dolor y la alegría fueron a la vez parte de lo insólito.
En las semis de 100 metros vallas parecía que el cineasta Christopher Nolan manejaba el tiempo del cronómetro (5 récord nacionales y los demás entre PB y SB) y Toby Amusan se convertía en la primera mujer africana (Nigeria) poseedora de un récord mundial. En la final, mientras la nigeriana saltaba la lógica más fácil que los obstáculos, la norteamericana Kendra Harrison, quien 90 minutos antes poseía la plusmarca universal, tumbaba la cuarta valla y se quedaba sin poder luchar su segunda medalla en Campeonatos del mundo.
El sábado, el decatlón (que son 10 formas de generar nostalgias para los cubanos desde que no está Leonel Suárez) iba según lo previsto. Hasta la quinta prueba, los 400 metros planos, el canadiense Damián Wagner, campeón olímpico de Tokio, mandaba con señorío en el mismísimo templo de Ashton Eaton (el mejor decatleta de la historia) y proyectaba llegar a los 8900 puntos. En Eugene se formó el más grande y Eugene sería testigo de la primera vez que un hombre alcanzaría 4 medallas en la especialidad. Partió Wagner desde el bloque de arrancada, con su primer oro mundial sobre su calva cabeza, cuando al doblar la curva, un tirón en el muslo izquierdo lo jodió todo. Así, sin otro calificativo. Así, este domingo, el francés Kevin Mayer gritó el regreso a lo más alto con su segundo campeonato mundial, (Londres 2017) mientras, en una pantalla y con la pierna inmovilizada, Wagner pensaba que Budapest 2023 sería su oportunidad para gritar lo mismo.
En los 5000 metros Jacob Ingebrigtsen se convirtió en el primer hombre en un mundial que fue a una esquina de la pista a tomar agua durante la carrera. Es el medio fondista más excéntrico que recuerdan estos primeros 22 años de siglo. Y algún viejo de Oregón quizá lloró cuando cruzó primero la meta. Físico aparte, el noruego es casi que un Prefontaine moderno, el ídolo de la ciudad y del Hayward Field que malogró su vida en un accidente de tránsito en los años 80. Los africanos por su parte, también tenían para llorar: es el segundo hombre caucásico desde el inicio de los mundiales (un irlandés lo hizo en Helsinki 1983) que gana la distancia; y en cuarto lugar, el dreamer guatemalteco Grijalva puso a todo un continente a soñar.
En Etiopía, específicamente, casi que hubo duelo: el octavo lugar de Kejelcha es el peor para un corredor de ese país en los 5000 desde un 10mo puesto en Atenas 97. Y el recordista mundial ugandés, Joshua Cheptegey, llegaba fuera de los 12 primeros.
En el tanque de salto, la alemana Malaika Mihambo ganaba su tercer gran torneo de forma consecutiva (Doha 19, Tokio 20); la nigeriana Ese Brume la escoltaba de largo por tercer gran torneo de forma consecutiva y la brasileña Oro Melo, le da daba a su país la primera presea en esta disciplina en WC. Pero había una saltadora que no podía creer lo que estaba pasando. La serbia Ivana Spanovic/Vuleta cayó a más 7 metros en su tercer intento: 30 segundos después de que apareciera la bandera verde en la pantalla, los árbitros le dijeron que había cometido foul. “Un foul electrónico”, por 2 milímetros. Ivana Spanovic/Vuleta quiso tragarse, en ese momento, toda la plastilina que no se comió en preescolar. Con ese salto estaba al menos en bronce y quizá era plata.
Como en Londres 2017, Ivana hizo—al menos— el segundo intento más largo de toda la prueba y se quedó sin medallas. En su último salto hace 5 años, Spanovic/Vuleta se estiró a más de 7.10, pero el clip con su número de competidora que llevaba pegado a la espalda, se desprendió y marcó en 7 metros exactos: una de las injusticias más absurdas que se recuerden. A partir de ese incidente, el máximo organismo del atletismo mundial cambió la indumentaria de los deportistas. Quizá los jueces tengan una explicación convincente para este foul del domingo, yo solo sé que en mala suerte, a Ivana Spanovic/Vuleta no la derrota nadie. Sin más, cerraba Oregón, y Estados Unidos barría en el medallero. McLaughlin remataba el 4×400 con la levedad de un rayo. El Mondo era de Duplantis… Pero los grandes derrotados decían —con Ángel Escobar— que todo está por ganar, todo esta por perder: “Lo que se hunde puede ser el balde que va a lo hondo del pozo: y volverá con agua fresca que podremos beber con alegría o tristeza
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