Por Noel David Suárez
Hace apenas unos minutos nos conmovimos al conocer la lamentable noticia del fallecimiento del profesor Ronaldo Veitía, para muchos el padre del judo femenino cubano. El profe, como cariñosamente le llamaban sus discípulas, cedió a los embates de una progresiva enfermedad que no pudo impedir que descansara en su tierra, cerca de los tatamis en los que tanto hizo por poner en lo más alto al judo femenino cubano. Imposible olvidar las medallas de oro ganadas bajos los cinco aros por Driulis González en Atlanta 1996, sobreponiéndose a una severa lesión cervical, o la de Legna Verdecia en Sydney 2000, donde a pesar de la diferencia horaria Cuba vibró y la ovación se sintió en la lejana nación australiana, y como esas, las faenas competitivas de Yanet Bermoy, Yumileydis Lupetey, Yalennis Castillo, Idalys Ortiz y muchas otras, las cuales tenían en común un punto muy especial, el gigantesco abrazo con que se estrechaban entrenador y atletas, prueba de una relación fraternal, de una paternidad dedicada, y en eso Veitía fue un maestro.
Entrenadores como estos surgen una sola vez en la historia, que son capaces de echar pie en tierra con un deporte que lleva su nombre, su sapiencia, su corazón. Ronaldo Veitía no ha sido vencido, le ha dado wazari-awazeta-ippón a todos los golpes de la vida. No es una despedida, personas así nunca mueren, siempre están presente.
Buen viaje maestro, Cuba entera le contempla orgullosa.
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