Lisneidy Inés Veitia Córdoba nació el día en que mi mamá cumplió 38 años; yo tenía 7. Puso los pies por primera vez en tierras de Corralillo, en Las Villas, pero ha recorrido el mundo.

Con 20 años ya andaba enfundada en la casaca del equipo nacional de Cuba y fue campeona u23 de los 800 m en el Campeonato de NACAAC que acogió El Salvador en 2014. Corrió 2:02.02 minutos.

Dos años más tarde ganó doble oro en los Juegos Centroamericanos de Veracruz. Campeona de los 400m y del relevo 4x400m. Abrió la posta que también integraron Gilda Casanova, Yameisi Borlot y Daisiuramis Bonne.

Tuvo un 2015 intenso aunque sus marcas no mejoraron lo que había hecho un año antes. Aún así probó los Panamericanos y debutó cómo mundialista.

Tras los Juegos Olímpicos de 2016 se regresó a Villa Clara y contó que se puso a ejercer como profesora de Educación Física, buscando talento, hurgando en la zona rural. Después se fue a vivir a Europa, se radicó en Suiza y no volvimos a saber de ella en 2019 cuando el fisio italiano Salvio Di Guida anuncio que se ponía a punto para nuevos compromisos .

Militó en un club, y corrió en varios mitines por invitación. Ganó algunas de esas presentaciones. Todo parecía coger su curso hasta que decidió regresar a Cuba y volver a intentarlo con el equipo nacional.

Tuvo la humildad de dar un paso atrás y rehacerse. No son muchos los atletas que una vez que se van, vuelven, y además, consiguen abrir la puerta y el corazón para seguir intentándolo; para seguir corriendo por hacer el sueño realidad. Tuvo que trabajar fuerte y lidiar con la pandemia y sus demonios.

En 2021 hizo historia. Ganó el título en el mundial de relevos de Silesia en 2021 y agarró el batón con firmeza para cerrar la Posta Cubana en la final de los Juegos Olímpicos.

Veitia no es de muchas palabras, pero tiene mucha fe: en Dios, en el mejoramiento humano, en qué tiempos mejores están por venir y por sobre todo, fe en sí misma. Alguna vez me ha negado una entrevista pero siempre me regala una sonrisa y asiente cuándo le animo.

Nueve años después volverá a poner sus pies en unos Juegos Centroamericanos. Y volverá a correr por el oro, probablemente con la misma ilusión que aquella primera vez pero con muchísima más responsabilidad.

Solo por ser mujeres ya tenemos un gran reto. Este mundo ni es tan equitativo, ni tan poco cruel como lo cuentan. Ser mujer, y madre y además atleta de alto rendimiento, es un viaje al infinito, de esfuerzos y difíciles elecciones.

Su obra per se ya tiene mucho mérito. San Salvador tiene todo para marcar el inicio de otra gran temporada, otro año en el que está convocada a seguir haciendo historia.

Tomado de Ecency