Por Giovanni Martínez/ Foto: Roberto Morejón

Erlys Casanova es más que un buen lanzador. Su proeza en el cuarto juego de la final de la II Liga Élite, cuando tiró nueve inning y se apuntó la victoria, a pocos días de haber perdido a su esposa, víctima de un tumor maligno, dejó huellas en los aficionados al béisbol y en general, a todo ser racional que conoció su historia, más allá del plano deportivo.

Para mi fortuna, coincidí con él en la Serie de Estrellas, y no dudé en acercarme para intentar una entrevista que deseaba desde que le vi inmenso sacando aquellos memorables 27 outs, que terminaron con un abrazo enorme en forma de corazón, desde el montículo del Estadio 26 de Julio hasta el infinito cielo.

Estuve en Artemisa. Lo vi todo. Me emocioné. Aplaudí junto a los más de 5 000 aficionados que repletaron ese pequeño recinto. Pero al cierre del choque me fue imposible ver a Erlys. Los periodistas, ansiosos por la conferencia postpartido, entendimos luego que lo había dicho todo en el box, y no tenía más nada que decir ante los micrófonos en ese momento.

Sus lagrimas, tras el último envío, fueron el colofón de una auténtica hazaña, digna de respeto y admiración. Pero me quedó la espinita, y esta vez sí pude estrecharle su mágica mano derecha, y felicitarlo en persona. Nos sentamos y comenzó este diálogo, en su habitación del Hotel Mar del Sur, en Varadero.

«La perdida de mi esposa ha sido muy dura. Le tengo que agradecer al director técnico Yulieski González, por la confianza que depositó en mí. Él fue quien me hizo la propuesta para lanzar. Y no dudé. Empecé a entrenar y me reincorporé a tiempo para aquel compromiso crucial. Estaba en Pinar del Río con el mayor de mis dos niños, cuando decidí volver a la selección de Artemisa».

«De hecho, iba a lanzar el domingo (quinto juego), pero no había abridor disponible para el sábado. Recordemos que el cruce estaba 2-1 a favor de Matanzas, y Yulieski me comentó la situación. Le dije que no había problema, podía contar conmigo. Habían pasado casi 20 días desde que no subía al montículo. Venía de un buen año, de llegar incluso a los cien éxitos de por vida. Mi esposa estuvo en ese momento allí, viéndome, junto a los niños. La recuerdo alegre», dijo con los ojos rebozados de amor.
-En ese cuarto juego nos diste a todos una lección de vida.

-Siempre me he dedicado al béisbol. Por ese amor a este deporte decidí no dejarlo. No sé si me queda mucho tiempo jugando, pero es lo que más quisiera. Aunque los años no pasan por gusto y el cuerpo se agota.

-¿Qué te parecen los equipos de Venezuela y México presentes en la Serie de Estrellas?

-Este Venezuela no se entrega. Vienen con deseos de ganar. Y en la selección de México he visto a buenos jugadores, con técnicas de bateo efectivas. Sin menospreciar la pelota nuestra, el béisbol fuera de Cuba requiere mucho oficio, profesionalidad y disciplina táctica. En otras ligas se juega bien y todos tratan de equivocarse lo menos posible. Porque para nadie es un secreto, genera ganancias.

-Hablas con la maestría de un director técnico. ¿Has pensado en serlo cuando te retires?

-He aprendido de grandes entrenadores. Tuve muchos. Pero el principal ha sido mi papá, Luis Giraldo Casanova (considerado por muchos el pelotero cubano más completo de la historia). Él me enseñó desde la óptica del gran bateador que fue. Para triunfar en el montículo tienes que saber lo que piensa el que empuña el madero. El mando lo tiene siempre el pitcher. Hasta que no suelta la bola no hay juego. Por eso es el número uno en las posiciones.

«Y sí, para responder en concreto a tu pregunta, me gustaría ser entrenador algún día. De niños mejor. Los pequeños son como esponjas. Todo lo positivo que ‘les lances’ lo absorben», dijo Erlys, quien recordemos, es padre de dos, que también sufrieron la pérdida de su mamá: Enzo Daniel de cuatro años y Erlys Luis, de siete.

-¿Tus niños juegan pelota?

-El más grande está incluso seguro de que quiere ser receptor. Le dije que iba a coger golpes de todos los colores agachado, como los que nunca le he dado yo -comentó sonriente. Además, ya no puede echarse para atrás, porque le conseguí todos los equipamentos -expresó entre risas.

«Los hijos te ilusionan. A veces me pongo a tirarles pelotas. Y sí, ojalá se dediquen a esto».

-Se te ha visto muy compenetrado con esta Artemisa

-Así es. Tengo que decir gracias a este plantel por la gran acogida que me han dado. Aquí soy uno más de ellos.

«En este entorno también me he superado. Siempre hay algo más por aprender. Esta temporada me enfoqué, desde la Serie Nacional con Pinar del Río, en aumentar la velocidad de mi tenedor. Y el entrenador Rogelio García, a quien tengo también mucho que agradecer, me recomendó que le anunciara a los bateadores que iba a tirar ese envío, para causar un efecto psicológico importante en ellos. Y dio resultado. Lo convertí en mi arma mortal y también cogí confianza. De ese modo llegué a los cien éxitos. Lo hice siempre de local por la situación personal que tenía, pues no me era posible viajar a otras provincias. Y la verdad es que Pinar del Río no avanzó más, porque su ofensiva no estuvo entre las mejores, además de que se cometieron demasiados errores en el campo».

«Así y todo aporté lo que pude. Salí 11 veces. Una sola como relevista, y en nueve de esas ocasiones trabajé hasta el noveno inning».

-Pero en la pelota moderna los abridores no avanzan tanto.

-Es cierto. Lo que pasa es que en los años que estuve de contrato en el exterior, sobre todo en Italia con el Parmaclima, me sacaban el máximo provecho. Claro, ellos pagan, y se sienten con ese poder. Por lo general sobrepasaba los 120 envíos por partido. Y de alguna manera me sirvió como preparación para el futuro».

Lo cierto es que más allá del deporte, cada una de sus escaladas al montículo son oxígeno para quienes amamos la pelota, y la vida. Ojalá podamos verlo muchas veces más «rompiendo» el plato. Crecido luego de los golpes. De momento, a sus 38 años de edad y 18 series nacionales, parece que tiene más historias para contar. Aquella tarde de lujo en el Estadio 26 de Julio titulé mi crónica: Del dolor a la excelencia. Hoy pude, desde mi visión de padre más que periodista, mirarle a los ojos y reafirmar la grandeza de Erlys.

Tomado de Bohemia