Si creíamos que con la pelota fuera de las medallas lo habíamos visto todo, ahi queda el juego por el quinto lugar como muestra de que el fondo del pozo es un lugar tan oscuro, que resulta imposible predecir lo que eres capaz de hacer una vez que has estado ahí.

Cuba enfrentaba a República Dominicana por el quinto lugar del torneo beisbolero de los Juegos Panamericanos en Lima y a la altura del décimo capítulo, con la regla IBAF en apogeo, los cubanos lograron hilvanar un grupo de acciones que incluyó un par de extrabases de Yordan Manduley y Stayler Hernández, para separarse en un marcador que hasta ese minuto mostraba el abrazo a una carrera.

Ocho veces pisó Cuba en home para sumar 9 anotaciones y defender la ventaja a solo tres outs de ganar el choque. Entonces aparecieron los fantasmas de la frustración que nos precede, y en otra sucesión de acontecimientos, los quisqueyanos se las arreglaron para anotar nueve y ganar el juego de pelota. Desnudando las carencias propias de una mentalidad de juego que ya no entiende lo que es ganar, que no ambiciona, que no cree.

Hasta el ining 10, y con ventaja ya de 2×1, los cubanos habían conectado solo 3 imparables. Así es imposible pensar en el éxito a cualquier nivel. No hablemos de falta de preparación o de roce a otro nivel. Tampoco de recursos o de la mala suerte.

Estamos ante un problema de inoperancia. De cuestiones que vienen de nuestras entrañas. El béisbol cubano ha tocado fondo, y se impone la revisión objetiva de todas las piezas que engranan esta maquinaria. No se trata de ir moviendo jugadores o directivos, hay que cambiarlo, literalmente, todo, y empezar a reconstruir lo que nuestra propia capacidad de cercenar el desarrollo ha destruido con el decursar de los años. En este asunto todos tienen algo de culpa, unos por no mirar más allá de sus narices y otros por no tener la suficiente fortaleza emocional de liberarse de los fantasmas, de la presión, y disfrutar de ese deporte que cuando les pones un micrófono delante asumen como la esencia de sus vidas.

Lo triste es que la pelota cubana es mucho más que eso que el mundo acaba de ver. Tal vez deberíamos transmitir a los chicos del sub 12, que con su inocencia infantil, aun destilan esa ilusión contagiosa se saberse haciendo aquello que verdaderamente le gusta.

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