Por Fabio Quintero

Massimo Stano es un hombre despiadado. Al menos cuando marcha. Su última víctima fue el japonés Masatora Kawano, a quien torturó durante 5km por las calles de Oregón. Lo arrastró y tironeó sin inmutarse, apacible. Stano es policía, pero tiene la sangre fría de un criminal: antes de llegar a la meta, acalambrado, se desvió a la barda para recoger la bandera de Italia con Kawano a un segundo de distancia.

 El nipón después del “punto” de velocidad del transalpino en la última parte de la prueba, al ver que no podía alcanzarle, se hizo el harakiri: el oro o nada. “Flotaba” lleno de dolor y los jueces le sacaron dos paletas amarillas en menos de dos minutos.

Stano nació en Grumo Appula, el tacón de la bota de la península y devora circuitos con toda la fuerza de sus pies. Desde agosto de 2021 es enemigo público número 1 en Sapporo. Ahí ganó la marcha de 20 km en los Juegos de Tokio. Este domingo en Eugene, en los 35, se convirtió en el primer atleta que gana olimpiada y mundial de forma consecutiva desde el polaco Robert Korzeniowski en Sídney 2000-Edmonton 2001.

Cuando Masatora Kawano se desplomó al terminar la carrera, Massimo fue el primero en asistirlo. Le habló en el japonés que aprendió antes de ir a Tokio; y después se abrazaron. Massimo Stano es un hombre despiadado. Solo cuando marcha.

Foto: World Athletic

Serod Batochir— Ziggi—debió terminar su carrera hace 13 años cuando los 40 grados bajo cero de su Mongolia natal no lo dejaban entrenar. Se ponía capas y capas de ropa para salir a correr en el cemento de la única pista de Ulan Bator. Sí, cuando digo terminar su carrera lo digo literalmente, Serod Batochir era el único maratonista olímpico de su país.

Para el  2009, con 28 años, ya había estado en Atenas 2004 y Beijing 2008; ya había competido en los mundiales de Paris 2003, Helsinki 2005 y Osaka 2007, y aunque el mejor resultado entre todos esos torneos era un lugar 52 en la capital China, Serod Batchir los había completado . O para decirlo de otra manera, en ese lustro, hubo un mongol en los maratones más importantes del mundo, algo que países con más tradición deportiva no podían imaginar. En el Campeonato Asiático de Maratones de Beijing 2008-posterior a los Olímpicos-Batochir fue segundo de todo el continente implantando récord nacional de 2:20 minutos para su país. Un país en el que la temperatura le entumecía todo el cuerpo y ponerse 4 pantalones le entumecía los pies.

Y entonces, el marido de su cuñada lo salvó. John McDonagh había conocido a la hermana de su esposa, Oyuntuya, antes del inicio del siglo y luego de 5 años en Mongolia, se establecieron en la ciudad de Morpeth en el noreste de Londres. Ahí, a la orilla del Río Wansbeck y con 14 mil habitantes para elegir, está asentado el club atlético Northumberland, que fundó Jim Alder, la leyenda local y nacional del maratón. Ziggy hizo una carrera de 6777 km, para seguir corriendo; para seguir teniendo carrera. Por primera vez entrenó en una pista sintética, en la mañana hacía unos cálidos 5 grados y tenía compañeros de práctica. De pronto, un hombre llamado Serod Batichir era el atleta más importante de todo el club. Así en Berlín 2009 rompió su récord nacional y quedó por primera vez en el top 30 de un campeonato del mundo. Dos años después en Daegu por primera vez fue top 20 con otra marca de Mongolia rota y en Hong Kong 2013 su sudor fue el más dorado de toda Asia.

Este domingo, a tres meses y 18 días de cumplir 41 años, Serod Batichir— Ziggi—completó los 40 kilómetros en las calles de Oregón con el puesto 26 y su mejor tiempo de la temporada. Es el primer hombre que recorre 10 maratones consecutivos en la historia de los Campeonatos Mundiales de Atletismo. Sigue viviendo en Morpeth, pero solo de pensar esta hazaña se puede salir desnudo a 40 grados bajo cero. Sí, son 40 y tantos años, 40 y tantos kilómetros, 40 y tantos grados bajos ceros, 40 y tantos hombres que arrancan una carrera que terminará con un campeón, un segundo, un tercero, un quinto; pero no con uno como Ziggi, el hombre que debió acabar su carrera hace 13 años y no la termina.

Foto: Finisher Magazine

Dos centímetros puede medir un caramelo, una goma de borrar, un sacapuntas, un tornillo, una almeja. Y como una almeja cubierta por el limo—dice Manuel Díaz Martínez— cree haber visto unida a ciertos nombres la gloria.

Dos centímetros son el rango de error de la longitud de la varilla que se utiliza para el salto de altura. Esa barra transversal mide técnicamente 4 metros, pero nadie sabe si en realidad tiene 3.98 o 4.02. Como la cañonera es americana y el mundial de atletismo se desarrolla en Oregón, también diremos que dos centímetros son 0.87 pulgadas. Fue eso lo que separó a la triplista cubana Leyanis Pérez de su primera medalla mundial, al saltador coreano Woo del primer título para su país, y a Mutaz Essa Barshim hace 9 años, de igualar el récord mundial del cubano Javier Sotomayor.

El catarí en un pierna a pierna con el ucraniano Bondarenko, llegó a 2.43: ese esquelético joven del Oriente Medio puso a temblar uno de los grandes orgullos del deporte en la isla. Pero lo que más tembló fue la varilla en sus intentos a 2.46 y no pudo lograr lo que de un momento a otro se esperaba. Barshim terminó lesionado y con inestabilidad en el resto de las alturas menores. Así, se fue sin medallas en el mundial de Bejing 2015, y obtuvo bronce en los Juegos Olímpicos de Río cuando era el favorito principal. En esta especialidad del atletismo quizá no parezca tan absurdo eso de que “un centímetro es un centímetro y sin un centímetro no hay centímetro”. Lo ha dicho el Soto a su forma y lo supo Barshim luego de tres temporadas con más sed de oro que un rufián del spaghetti wéstern.

Pero desde 2017 hacia acá, el saltador ha sido otro: ganó en Londres, en Doha, en Tokio y este lunes se convirtió en el primer tricampeón mundial del salto alto. Ahí lo entendí todo: luego de una competencia perfecta hasta los 2.37 (habría que buscar cuántas veces pasó esto en un gran evento) como más nadie pudo saltar la altura, el catarí celebró su triunfo y terminó. No tuvo la ambición ni de tan siquiera tirarle al 2.41, el récord para campeonatos del mundo de su archirrival Bondarenko. Su colchón estaba en otra parte aunque lo viéramos caer limpio sobre el ubicado en el Hayward Field de Eugene.

Leyanis Pérez, Woo, y hasta Maykel Masso, tendrán tiempo de seguir combatiendo con esos dos centímetros y quizá con muchos más. La gloria es posible “que sea otro ardid para burlar el tiempo”. Yo no se muy bien qué cosa es, pero sospecho que Mutaz Essa Barshim ya lo sabe.

Foto: World Athletic

Norah Jeruto celebra sin bandera.  Da la vuelta olímpica portando solo una euforia que no le cabe en las dos manos;  por eso puede tirarse a la piscina que 3000 metros o 8 minutos y 53 segundos antes era un foso. Así cambian las cosas: hace 6 meses competía por Kenia y este miércoles en el Hayward Field le dio la primera medalla de oro a Kazajistán en la historia de los mundiales de atletismo; al mismo tiempo que su tierra natal se quedaba —oficialmente—sin medallas en la disciplina, como nunca antes había ocurrido. 

A falta de símbolo, Jeruto presionó unos segundos el pequeño emblema que porta sobre el pecho de su uniforme. Y la imagen de la World Athletics para mostrar su triunfo, la pone con el sol dorado, de 32 rayos de la bandera kazaja, en la cabeza, como si fuera una diosa. Eso hace el deporte: convertir a una mujer negra de África subsahariana en una deidad para un pueblo de ascendencia turca y persa.

Norah Jeruto es otro de los tantos atletas que compite y gana representando un país donde no se formó. Nació en Kenia hace 26 años y llevaba tres en trámites de nacionalización debido a la regla del órgano rector del atletismo. Tres como 3000 metros con obstáculos. Paciencia y sacrificio, así es para cualquier emigrante. Por ello se perdió Tokio 2020 aunque tenía marca para clasificar. Con su país de origen fue campeona mundial sub 20 en los 2000 m con obstáculos en 2016.

Es uno de los 4 kenianos que forman parte del club kazajo Altay Athetic club y compiten en Eugene 2022. Según el sitio Runnerworld, se cambiaron de país para encontrar menos competencia interna y más premios económicos a sus éxitos que los que les proporciona Kenia. Bajo el azul celeste y el dorado está invicta en 8 competencias.

En agosto de 2021 en este mismo estadio de Eugene, había roto su marca personal, ahora rompió el récord para campeonatos del mundo con el tercer mejor tiempo de todos los tiempos. Norah Jeruto no tuvo bandera de Kazajistán, nadie se la lanzó del público y poco importa; tiene un título y un récord para superar obstáculos y correr hasta Kazajistán, hasta Kenia, hasta donde quiera.Quizá el Hayward Field, esa extensión de tierra en Oregón donde se erige una pista, unas gradas, un campo, un área enorme de calentamiento y el nido de un águila pescadora, a orillas del Río Willamette, sea su patria, el sitio donde tan bien se está (o se compite) y no otra cosa.

Foto: World Athletic

La naturaleza no procede a saltos» afirmaron Isaac Newton y Marx Leibnitz hace 300 años. Luego, a inicios del siglo XX, apreció Max Planck, apareció Albert Einstein, apareció Niels Bohr y lo refutaron. Ayer apareció Sidney McLaughlin a las 7:30 de la noche hora de Oregón, y 50 segundos y 68 centésimas después, también lo refutó. En la final de 400 metros vallas, la carrera de la norteamericana de 22 años, fue un salto cuántico. El cambio de estado de un electrón excitado; un fotón emitido que viaja a otra dimensión, un láser que le da la vuelta al óvalo sobre la superficie sintética del Hayward Field y sobrepasa los obstáculos. Como proceso espontáneo, Sídney estuvo un tiempo— más largo que el de la carrera— sentada sobre la pista procesando lo que había ocurrido. A una pregunta de la prensa en conferencia, dijo que experimentó un «estado de flujo» (flow state), que, según la psicología, es el estado mental operativo en el cual una persona está completamente inmersa en la actividad que ejecuta e implica toda su energía. Pero quién demonios puede explicar con exactitud lo que pasó. Quizás este viernes 22 de julio de 2022, Newton, Max Planck y Einstein, estaban—en algún universo paralelo— jugando a los dados.

Foto: World Athletic