Valeri Filippovich BorzovPor: Eddy Luis Nápoles Cardoso

Con la rendición de Japón, el 14 de agosto de 1945, terminaba la Segunda Guerra Mundial y se iniciaba una etapa de transición, donde ambos sistemas, – capitalista y socialista – fueron haciendo los “ajustes necesarios” para el inicio posterior de lo que se conoció como la Guerra Fría, etapa durante la cual se desarrolla la “Tercera Guerra Mundial”, en todos los campos y con el deporte como uno de los frentes de batalla.

Estados Unidos, que había estado prácticamente de “observador” durante el conflicto bélico, se presenta con todo su poderío en los Juegos Olímpicos de Londres, 1948, y logra dominar la primera cita de la postguerra, mientras tanto la Unión Soviética se tomó un ciclo sabático para resarcirse de las “heridas” del conflicto y debuta en Helsinki 1952 colocándose segunda en el medallero. Se iniciaba así la “Tercera Guerra Mundial”.

Muchos fueron los enfrentamientos deportivos cara a cara, que marcaron esta “batalla bélica”, cuya máxima expresión se veía colmada cada cuatro años, con la celebración de los Juegos Olímpicos, llegándose incluso hasta el boicot, con los dime, que te diré, si no viniste a los míos, no voy a los tuyos, en relación a las citas olímpicas de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, la primera boicoteada por los Estados Unidos y sus aliados y la segunda por la Unión Soviética y sus amigos .

Entre los ejemplos más fervientes de estas “batallas individuales”, se citan:

 

Guerra en las alturas.

En 1956 el saltador de altura estadounidense, Charles Dumas, saltó 2.15 metros, siendo el décimo exponente de su país que lograba el récord mundial en la especialidad, al año siguiente llega la respuesta soviética, con Yuri Stepanov sobre los 2.16, tres años más tarde aparece otro norteño, John Thomas, quien se “encaramó” desde 2.17 hasta 2.22 metros. Un año después se da a conocer Valery Brumel, apodado el “Saltador Cósmico”, quien sube el listón hasta los 2.28 metros, así van apareciendo otros “soldados” como Patrick Matzdorf, Dwigth Stones, por los estadounidenses y Vladimir Yaschenko, Rudolf Povarnitsyn e Igor Paklin, por los soviéticos.

 

Lanzamiento de martillo, título y romance incluido.

El soviético Mikhail Krivonosov llegaba a la cita de Melbourne, en 1956 como amplio favorito, pues era el dueño del tope mundial de la especialidad desde 1954, pero en la capital australiana se le apareció el estadounidense Harold Connolly, quien le llevó el título olímpico, el récord mundial y para ponerle la tapa al pomo, inició un romance con la atleta checa Olga Fikotová, acción por la que esta en ese momento, fue tildada de traidora al comunismo.

 

Polo acuático, baño sangriento en el “mismo bando”

En octubre de 1956 se había producido en Hungría una revuelta nacional, conocida como la Revolución Húngara, que exigía la salida del Pacto de Varsovia y fue brutalmente sofocada por la intervención del Ejército Soviético, que terminó con la deposición del primer ministro Imre Nagy, quien fue ejecutado dos años más tarde.

Ya en los olímpicos de Melbourne, se ven las caras en semifinales, las selecciones de polo acuático de Hungría y la Unión Soviética y lo ocurrido en la piscina, se conoce como el “Baño Sangriento de Melbourne” por la coloración que tomó el estanque al término del partido, con la salida del agua de Ervin Zádor con sangre manando de un corte bajo su ojo izquierdo por un codazo del jugador soviético Valentin Prokopov. A pesar de la sangre derramada, el agravio se zanjó con la derrota 0-4 de la URSS ante Hungría.

 

100 metros planos, venganza en la pista

Para los Juegos Olímpicos de Münich, en 1972, los corredores estadounidenses se habían apoderado de un preciado botín, en los 100 metros, con 12 títulos en 16 oportunidades. Los soviéticos se dieron a la tarea de “construir” un velocista capaz de derrotar a sus pares americanos, ese es el caso de Valery Borzov, conocido en occidente como un producto de laboratorio y el “preparado” dio resultado, Vorzov fue el rey de la velocidad en la cita alemana, en 100 relegó a Robert Taylor y en los 200 metros a Larry Black, otra batalla vencida por los euroasiáticos.

 

Baloncesto, guerra en los tableros

En esa propia cita germana, se produce otra “guerra campal”, esta en el tabloncillo de baloncesto, donde en un polémico partido, la entonces Unión Soviética derrotó a Estados Unidos, 51 x 50 con un canastazo en el segundo final del “сольдадо” Alexander Belov, el héroe del juego.

A falta de seis segundos para el pitazo final, Doug Collins roba un balón y anota la canasta que pone delante a los “americanos”, 50-49, pero Ivan Edeshko, desde debajo de su tablero lanzó un balón a la desesperada a Alexander Belov, situado bajo el aro contrario, Belov se deshizo de sus dos defensores, Kevin Joyce y Jim Forhes, no muy ortodoxamente y convirtió la canasta de la victoria.

 

Fútbol sobre el Muro de Berlín

En 1974, la República Federal de Alemania fue sede la X Copa Mundial de la FIFA y quiso la magia del sorteo ubicar en el Grupo A, a las selecciones de Alemania Occidental (RFA) y Alemania Oriental (RDA), naciones que al finalizar la Segunda Guerra Mundial, habían quedado divididas – más tarde por el Muro de Berlín – con la parte occidental “afiliada” al bloque de los aliados y la oriental al bloque prosoviético.

Así, el 22 de junio en el Volksparkstadion de Hamburgo, unos 60.000 espectadores, entre ellos 1.500 alemanes orientales, se dieron cita para presenciar tan magistral enfrentamiento, que más que un mero encuentro deportivo, representaba el desafío entre dos sistemas sociales diametralmente opuestos. Ante el asombro de todos, la Alemania Oriental con gol de Jürgen Sparwasser, venció 1-0 a la Alemania Occidental, integrada por grandes estrellas del fútbol, que a la postre resultó ganadora de la Copa.

El capitán germano, Paul Breitner espero entrar al túnel de vestuarios para pedirle la camiseta a Sparwasser e intercambiarlas, las chamarretas luego permanecieron olvidadas durante 28 años, hasta que ambos jugadores decidieron sacarlas del “escaparate” para ofrecerla a una buena causa.

 

Robert Fischer- Boris SpasskyAjedrez, la gota que colmó la copa.

En 1972, otros “artilleros” de uno y otro bando salieron al ruedo, con la misión de colocar a su “ejercito” en la cúspide del mundo, son los casos de los ajedrecistas Robert Fischer y Boris Spassky.

Las hostilidades tuvieron por sede a Reykjavik, capital de Islandia, Fischer que había derrotado a todos los “сольдадоc” (Mark Taimanov, Tigran Petrosian) en el torneo de candidatos, se negó en inicios a disputarle la corona a Spassky por la baja bolsa de ingresos que le deparaba la justa, pero Henry Kissinger a nombre de Richard Nixon, le recordó, que este era un deber “patriótico” y que debía acudir a su cita con la historia.

Del otro lado estaba, Boris Spassky, el representante de la escuela soviética de ajedrez que ostentaba la corona desde 1948, Spassky tenía la “orden ejecutiva” de mantenerla, y de asesorarlo para eso, se encargaron varias luminarias, encabezados por el ex-monarca, Mijaíl Botvinnik.

Entre los “agravantes” de la contienda, está la elección de la sede, que corrió a cargo de la parte del vigente titular, Reykjavik, la capital de la fría Islandia, lo cual debía perjudicar al retador, acostumbrado a las temperaturas más cálidas en América; pero el “americano” también tenía los suyos, con guardaespaldas y asistentes para impresionar al adversario en la sala, mientras disputaba las partidas.

Se inicia la contienda, Fischer, utilizó todas las armas, incluida las psicológicas, Bobby pierde las dos partidas iniciales, la segunda por no presentación, Spassky y toda la Unión Soviética se veían ya manteniendo el reinado, pero el “ranger” estadounidense tuvo una remontada macabra, venció en la tercera, la cuarta, tablas y arrolló al soviético a partir de la quinta. El match terminó mientras Fischer dormía en el Hotel Reykjavik Natura, pues Spassky y sus “asesores” luego de realizar todos los análisis posibles de la partida decisiva, abandonaron en la noche, se había perdido una batalla más.

Como resultado de esa derrota, Spassky fue considerado traidor y enfrentó diversas penalidades en la Unión Soviética, para la dirigencia del Kremlin, al inclinar el “monarca” en Reykjavik, había contribuido a la pérdida del orgullo nacional, esta situación lo obligó a emigrar a Francia, radicando en Paris hasta que en 2012 regresó a su tierra natal.

El otro “arrogante guerrero” tampoco tuvo un final feliz, esa postrera partida con Spassky, fue la última que jugara de manera oficial, para el siguiente ciclo le planteó a la FIDE exigencias imposibles de aceptar y al no ser complacido, Fischer guardó sus armas y se negó a disputar el match por el título mundial en 1975, ante el “сольдадо” del momento, Anatoly Karpov.

En 1992, cuando todos creían olvidado al “genio” de Chicago, reapareció para enfrentar y vencer nuevamente a Spassky, pero cometió el grave error de desafiar los mandatos del imperio y la ONU, al jugarlo en Yugoslavia, nación que estaba sancionada por este organismo internacional, esto le costó la imposibilidad de regresar a Estados Unidos, viéndose obligado a refugiarse hasta el fin de sus días (2008) en Islandia. Con él se iba uno de los principales íconos de la Tercera Guerra Mundial en el período de la mal llamada Guerra Fría.