Por Lilian Cid

Sha’Carri Richardson tenía tantos detractores como gente que le ha confesado amor eterno este 21 de agosto.

La chica que se hizo atleta en Louisiana había estado en el ojo del huracán. Nada de perfiles bajos. Ella ha sido más de vivir y actuar como quien viaja en una montaña rusa.

Así fue como pasó de convertirse en una de las 10 mujeres más rápidas del mundo con solo 19 años a perderse los Juegos Olímpicos de Tokio por resultar positivo al canabbi. Impulsiva, controversial , y cargando esa pesada cruz de haber fallado alguna que otra vez a la hora buena. En los Trials de 2022, por ejemplo, ni siquiera alcanzó las finales. Sin rumbo.

Había tenido un gran 2023. Se fue despojando de excentricidades y mejorando su rendimiento. Estaba fuerte, y la clarinada definitiva llegó cuando tras quedarse, literalmente, sentada en la arrancada en la semifinal más dura de todas alcanzó a cruzar la meta tercera, con tiempo de 10.84. Ella sabía que tenía la guinda, y desde el carril nueve se las ingenió para ganar el pastel y colocársela.

Su victoria de 10.65 segundos, que es un nuevo record para los Campeonatos del Mundo le asegura un cupo en la élite de esta historia. También su reacción, su comportamiento y el reconocer que lleva las uñas de esa forma como homenaje a Florence Griffith Joyner, le van abriendo caminos hacia el corazón de la gente.

Desde Tori Bowie (R.I.P) en 2017, Estados Unidos no ganaba un título mundial en 100 metros. El viaje desde la ribera del Mississippi, hasta tocar el cielo a orillas del Danubio deja lecciones. La bendición podría venir del agua, y si, podría. Pero es también el foco. Le ha puesto la cabeza a ese talento evidente que tiene para transitar las distancias mas cortas que se disputan en la pista y ahora, finalmente, nos toca admirarlo.

Que suene, en algun lugar de este mundo, música en su nombre. Se lo ha ganado.

Su actuación en Budapest es un antes y un despues , y sospecho que no será solo en su vida. Tiempo al tiempo.