Isis K. Guerra saltando 7

Isis K. Guerra y Silinda Morales – las únicas que se encontraron con sus mejores registros en Tampere

Por José Ramón Fabelo Corzo

El tema del número restringido de integrantes de la embajada atlética cubana –aspecto que analizamos en el trabajo anterior– tuvo además otros efectos secundarios o indirectos, también negativos, sobre los resultados de nuestra delegación en el Campeonato Mundial Juvenil de Atletismo de Tampere 2018. En particular ello se puso de manifiesto en dos aspectos que veremos a continuación: la realización a destiempo de las mejores marcas del año y el exceso de ansiedad o nerviosismo con el que compitieron varios de nuestros atletas.

En relación con lo primero, habría que decir lo siguiente. Si la participación de un atleta depende no sólo de que haga las marcas exigidas por la IAAF (45 atletas cubanos la lograron), no sólo del lugar que ocupe en el ranking mundial de su especialidad (24 atletas cubanos estaban ubicados entre los 12 primeros), sino también de una especie de “lucha” intestina entre ellos, sin importar la especialidad de cada uno, por lograr uno de los limitados cupos disponibles de la delegación cubana, es lógico que tanto ellos, como sus entrenadores, “se apuren” por deslumbrar con resultados de alcance mundial. Se quiera o no, ese tipo de presión compulsa a obtener los mejores resultados antes de tiempo, en casa y no en la competencia fundamental.

A ello habría que sumarle que el Campeonato Nacional Cubano se realizó este año, como casi siempre ocurre, después que el equipo estaba ya confeccionado. Un campeonato nacional es, de lo que se puede hacer en casa, lo más parecido a un campeonato mundial. Debía programarse en los bordes de la fecha límite para confeccionar el equipo, de manera que sus resultados, por la cercanía temporal con el evento fundamental, tengan un peso, si no decisivo, sí muy grande en la conformación del equipo. Sería así un indicador muy fiable de la forma deportiva de cada atleta pocos días antes de la competencia. Ello estimularía que entrenadores y candidatos a integrar el equipo Cuba busquen sus mejores resultados para esas fechas, casi coincidentes con la competencia principal, en lugar de hacerlo en pruebas de confrontación tempranas.

Otros factores pueden incidir. Pero lo cierto es que, de las 28 pruebas en que participaron los atletas cubanos (contando clasificatorias, finales y los 7 eventos del heptalón), sólo en dos se logró igualar o mejorar la mejor marca del año. Fueron los casos de Silinda Morales, quien en la final del disco mejoró dos veces su marca personal (se contabiliza como resultado solo la mejor de esas marcas: 55.37), e Isis K. Guerra, quien igualó la suya (1.87) en la final de salto alto. Ninguno de los otros 11 atletas llegó en ningún momento a su marca tope. Lo que es deseable que ocurra para cada uno de los participantes, o para una buena parte de los mismos, sólo se cumplió para el 15.4% de los atletas y para el 7.1% de las pruebas en que participaron. Si concediéramos agregar el resultado de 17.15 de Jordan Díaz en la final del triple, el cual, aunque no fue marca personal ni del año, sí lo fue de la competencia, serían entonces 3 marcas contra 13 atletas para el 23.1% en 3 pruebas de 28 (10.7%).

Si tomamos en consideración que en el campeonato hubo en total 609 mejores marcas, de uno u otro tipo, con una participación de 1462 atletas, ello significa que la proporción general entre ambas cifras es muy superior a la que se da en el caso cubano: 41.7% en todo el campeonato por sólo 23.1% para la delegación cubana. Igualmente, si tomamos en consideración la cantidad de pruebas en que participaron esos 1462 atletas, sumando los atletas que llegaron a semifinales y finales, así como la diversidad de pruebas del heptalón y el decatlón, se llega a la cifra de 2559 atletas/puebas, que es el máximo posible de oportunidades para establecer marcas. Las 609 mejores marcas logradas en todo el campeonato representan el 23.8% de las oportunidades que hubo para alcanzarlas, cifra que es más del doble de la lograda por los cubanos (10.7 %).

  Número de mejores marcas Cantidad de atletas y  porciento con nuevas marcas Cantidad total de oportunidades y porciento de nuevas marcas
Todos los países participantes 609 1462 / 41.7% 2559 / 23.8 %
Equipo cubano      3  13 /23.1 %  28 / 10.7 %

Estos datos demuestran estadísticamente el peso proporcional bastante mayor que tiene este problema para el caso de los cubanos en comparación con el resto de los atletas que participaron en la lid.

Lo segundo que llama la atención en la actuación cubana, también a nuestro juicio vinculado de cierta forma al limitado número de atletas que componen la delegación, es la ansiedad y nerviosismo que afectó a una parte de los participantes. Evidentemente tiene razón Yipsi Moreno cuando opina que “los que no pasaron a finales se demostró que fue sobre todo por ansiedad…”. Ello se puso de manifiesto sobre todo en los dos atletas que se fueron en blanco (Melany Matheus en disco femenino y Miguel Ángel Zamora en martillo masculino), también en Lester A. Lescay en salto largo y Dabirac Miguel Pérez en disco, con dos faltas en tres intentos clasificatorios, así como en Roxana Gómez, quien equivocó su estrategia en la semifinal de 400 metros y quedó eliminada casi por nada. Pero el tema de los nervios y la ansiedad también afecto a otros que sí llegaron a la final. Amanda Almendáriz, por ejemplo, tuvo en el martillo un solo lanzamiento válido en la clasificatoria y uno sólo en la final y en total siete faltas entre las dos instancias. El propio Mikel Vidal, a la postre medallista de plata en el salto largo, tuvo una clasificatoria bastante nerviosa y a punto estuvo de no llegar a la final al clasificar de último, en el lugar 12 con apenas 7.42. Yaritza Martínez, a pesar de su medalla de bronce en el martillo, también evidenció algo de nerviosismo que le provocó par de faltas en la final y algunos errores técnicos.

Un elevado grado de emotividad es propio de cualquier competencia rigurosa. Es normal que los atletas reaccionen de diversas maneras ante la presión competitiva. Sin embargo, nos parece que también aquí la excesiva selectividad con la que se integra el equipo a este tipo de eventos incorpora un ingrediente adicional de presión. El saberse elegido, entre tantos candidatos que merecen formar parte del equipo y no llegan a integrarlo, representa una responsabilidad difícil de llevar en muchachos tan jóvenes.

Este problema tiene también otras fuentes, como es la ausencia de topes internacionales, el impacto de un medio desconocido, el arribo a la sede con poco tiempo de anticipación al momento competitivo, el cambio de horario, etc. Todo ello debe ser atendido, como también deben los psicólogos trabajar con los atletas para que estos aprendan a controlar su ansiedad.

Lo que sí no se debe hacer ahora, bajo ningún concepto y en ningún caso, es desestimar o desestimular de alguna manera la permanencia de estos atletas en el equipo nacional y como representantes nuestros en los eventos internacionales que le correspondan en el futuro. Son atletas de mucho talento y, además, muy jóvenes, en lo que destacan los casos de Melany y Lescay, nacidos en 2001 y con otro mundial juvenil dentro de dos años en el horizonte.