por: Jesús E. Muñoz Machín
La COVID-19 deja rastros negativos en el mundo del deporte, sin embargo la pausa obligatoria también hace que atletas de varias disciplinas, sobre todo mujeres, dediquen tiempo a cuestiones que la intensidad competitiva a veces obliga a soslayar.
Más allá de los escenarios atléticos, aunque muy relacionado con ellos, las deportistas han visibilizado una realidad conocida pero que se barre, cual incómodo desecho, tras el tapete.
Me refiero a la igualdad de género en el deporte, pretensión de organismos internacionales y federaciones nacionales, pero que aún es una quimera.
Ejemplos en esta cuarentena sobran: ciclistas protestan por la reducción a cero de su calendario, futbolistas exigen más salario y jugar tras la pandemia y tenistas reclaman iguales derechos que sus pares hombres. Todas tienen el objetivo claro, recibir lo que merecen.
Que los Juegos Olímpicos finalmente lleguen a la anhelada paridad 50-50 en el porciento de participación, que los pagos sean más justos, los presupuestos más equitativos o la prensa deje a un lado el sexismo son algunas de las demandas.
Mucho se ha avanzado desde aquellos años en que las mujeres siquiera pudieron participar en citas bajo los cinco aros o que las obligaban a usar pantalones porque supuestamente las sayas eran muy “atrevidas”.
Tampoco son tiempos como los vividos en La Habana en las primeras décadas del siglo XX donde una cancha de frontenis era llamada La Bombonera y allí los hombres gritaban obscenidades a las pelotaris.
En la Cuba actual también hay cuestiones que limar, no lo duden.
Aún en la época de las grandes campañas contra las inequidades de género y por igualdad de oportunidades y posibilidades, mujeres y hombres saben que el machismo aún sigue en juego.
Tomado de la COCO
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