Carlos Arribas/ El País

La batalla de España dio sus frutos. Tras muchas reclamaciones, Orlando Ortega tiene su medalla de bronce, esa que, como poco, parecía que iba a conseguir en la pista si no hubiese sido por la intromisión del jamaicano Omar McLeod en su calle durante la final de los 110m vallas, ganada por el estadounidense Grant Holloway. McLeod obstaculizó primero y ralentizó después con su caída al español, que iba lanzado, y terminó quinto. Con la decisión de la IAAF, la Federación Internacional de Atletismo, Ortega compartirá el tercer puesto con el francés Martinot-Lagard. El ruso Shubenkov seguirá con su plata y el chino Wenjun Xie pierde una plaza, de la cuarta a la quinta.

Descontentos con la primera resolución, que negaba la repetición y la medalla, los responsables de la federación española volvieron a plantear ante el mismo jurado sus mismos argumentos e incluyeron lo sucedido en la final de martillo, donde se demostró que el reglamento de la IAAF es de goma, y ahí residía la esperanza española. Se demostró cómo la propia federación puede declarar nulo un lanzamiento de martillo y al mismo tiempo otorgar una medalla de bronce por él a su ejecutor. Fue el primer tiro del húngaro Halasz en la final (78,18m). Los jueces lo dieron por bueno. Los polacos reclamaron diciendo que el húngaro había pisado fuera del círculo y que correspondía descalificarlo para que su medalla de bronce pasara al cuarto, su polaco Nowicki. El jurado de apelación reconoció que, en efecto, era nulo, pero no descalificó al húngaro alegando que estuvo concursando toda la noche pensando que había sido bueno. Y eso le afectó, y hubo dos bronces.

“Si no se puede repetir la carrera, la alternativa que proponemos es que le den a Orlando la oportunidad de volver a correrla y que sea voluntaria la participación de los demás”, decía Raúl Chapado, presidente federativo, antes de que la medalla se hiciese realidad, y calificó de “jodida” para el atletismo español la noche del miércoles en Doha. La federación, además, planteó la necesidad de cambiar el reglamento para dar respuesta a un problema al que nadie parece encontrarle una solución.

La injusticia residía en que el causante del destrozo, el campeón olímpico McLeod, sí que recibió un castigo por su acción (la descalificación), pero Ortega se quedó en principio sin la medalla que tenía al alcance de 10 metros.

Tras la descalificación, McLeod, actual campeón olímpico y oro en el Mundial de Londres, entonó su particular yo, pecador, ante las cámaras. “Fue mi culpa, fue mi culpa, fue mi gran culpa”, dijo el jamaicano. “Lo siento por Orlando. Ahora creo que lo mejor que podía haber hecho cuando sentí el pinchazo en los isquios del muslo izquierdo era dejar de correr, pero era una final, y había luchado mucho por estar ahí, defendiendo mi título”.

DOHA, QATAR – OCTOBER 02: Orlando Ortega of Spain competes in the Men’s 110 metres hurdles semi finals during day six of 17th IAAF World Athletics Championships Doha 2019 at Khalifa International Stadium on October 02, 2019 in Doha, Qatar. (Photo by Matthias Hangst/Getty Images)

A Serguéi Shubenkov, el vallista ruso que se benefició de la situación —marchaba detrás de Ortega en el momento de los hechos— para alcanzar la medalla de plata, sí que se le ocurre una solución para evitar que se siga diciendo que peligros como los que genera McLeod son habituales en las vallas, e inevitables.

Una solución que, desgraciadamente, es inaplicable. “Sí, claro, por supuesto que McLeod es un peligro”, dijo el ruso, campeón mundial en Pekín 2015, antes de que se supiese que Orlando tendría su consolación de bronce. “Quizás los vallistas deberíamos crear un sindicato de afectados por sus maniobras; y si vemos que McLeod tiene una calle en el centro de la pista, los demás nos plantaríamos ante los tacos de salida brazos cruzados, y cuando el juez diga, en sus marcas, nosotros nos cruzaríamos de brazos en vez de ponernos en tacos y diríamos, no, no nos ponemos en nuestras marcas hasta que este no se vaya a la calle nueve, y los demás de la una a la siete, dejando siempre una de seguridad entre él y nosotros”.

Shubenkov explica que si piensa así, que McLeod es un peligro, no es solo por solidaridad con Orlando —“coincidí con él en el control antidopaje y lo vi tan hundido, tan desesperado, que solo le pude decir, ‘bienvenido al club’, los dos somos víctimas de McLeod”, dice el ruso en charla con varios periodistas españoles—, sino por sufrimiento propio.

“Este tipo es realmente inestable y tiende a fallar, no a caerse, cuando se ve superado. Él siempre sale más rápido y a mí me toca intentar adelantarle, y, si le tengo al lado, siempre es un riesgo. Tiende a abrir los brazos y tú tienes siempre que tenerlo en cuenta, y lo hace en todas las carreras, y no solo en esta. Tiende a inclinarse sobre los otros vallistas, hablando así, en abstracto”, dice el ruso.

“Y de verdad me alegro de verdad de que Orlando no acabara lesionado. A mí me derribó en la Diamond de Rabat, en mayo, y me fastidió lo que me quedaba de temporada. Me hice arañazos en la cara, pero en el tobillo, la pierna izquierda y la espalda aún tengo molestias. No he llegado aquí al 100% por McLeod”.