¿Qué tan bueno, malo o regular puede ser un resultado deportivo? ¿Puede cuantificarse la satisfacción de atletas, entrenadores, aficionados, especialistas? ¿Será que esos segundos o centímetros que se alcanzaron (o no) deben tomarse como argumento para abrir cualquier debate que busque cualificar el desempeño de un atleta o nación?

Para Cuba, estoy convencido de que lo ocurrido en Hayward Field va más allá de los centímetros que impidieron que en el tanque de salto se consiguiera la anhelada medalla. Como también creo que para empezar el análisis se impone hablar no de lo que ocurrió en Eugene, sino de una etapa previa que invitaba a pensar que la actuación cubana en Oregón podría resumirse citando el famoso título garciamarquiano: Crónica de una muerte anunciada.

Tras el desempeño en Tokyo, ciertamente superior a lo alcanzado en Río 2016, pero marcado por la pobreza de las marcas de la mayoría de nuestros representantes y las numerosas lesiones, llegaron desde las autoridades que rigen los destinos del atletismo cubano declaraciones que invitaban al optimismo, algo así como un “ya verán que lo haremos mejor”, e incluso se llegó a considerar un proceso normal las numerosas solicitudes de bajas que sobrevinieron desde entonces.

Así, desde la Federación vieron como la aparentemente inagotable escuela del triple salto masculino cubano perdía a sus tres representantes olímpicos y debía repescar a un Lazarito Martínez tan prometedor en sus inicios como estancado en las últimas temporadas y que, afortunadamente, pudo renacer con una respetable marca indoor que le daba el título en el mundial de Belgrado y que, más que su estirón de 17.30 al aire libre en la temporada, hacía que se depositasen en él todas las esperanzas de alcanzar ese metal que tapase las dudas, las ineficiencias, la pobreza extrema de una delegación en la que muchos de sus miembros apenas compitieron en las recurrentes confrontaciones del Estadio Panamericano.

Todos conocemos el final de la historia y como llevar sobre sus hombros la isla en peso resultó demasiado para Lazarito y Cuba acabó por primera vez sin medallas en dieciocho mundiales al aire libre y con una raquítica cosecha de puntos.

Una vez más, la mayoría de los atletas cubanos no consiguieron acercarse a sus mejores resultados históricos o al menos de la temporada y solo Leyanis Pérez pudo hacer en Oregón lo mejor de su vida. ¿Deficiente preparación? ¿Vale la excusa de que muchos de los más jóvenes tuvieron que esperar al cierre del ranking mundial para obtener cupo; o el hecho archiconocido de que nuestros atletas entrenan para alcanzar una gran marca en una de esas confrontaciones sin público del Estadio Panamericano y obtener así el derecho a ser parte de la gira europea? ¿Hasta dónde puede servir de modelación competitiva el actuar en casa ante rivales que poco o nada exigen?

Escasa presencia en las grandes pruebas del calendario de WA marcó el accionar de los atletas cubanos. Salvo el Iberoamericano de Alicante y alguna esporádica incursión en la Liga del Diamante, los nuestros se contentaron con mitines de bajo nivel  que amén de engrosar su palmarés y aportar experiencia a los más jóvenes, poco representaron en su preparación e incluso en el necesario ascenso en el ranking mundial que, a falta de la realización de las marcas mínimas, permitiera acceder a la cita de Eugene. Y aquí me detengo un instante, porque puede gustar más o menos, e incluso considerarse injusta la distribución de lugares establecida por este ranking que premia a los atletas con más participaciones internacionales, pero lo cierto es que se trata de un sistema común a muchas otras disciplinas y que siempre está la posibilidad de que los atletas que compiten menos aprovechen esas escasas oportunidades para hacer las marcas mínimas o al menos sumar la mayor cantidad de puntos.   

Así, a pocos días de empezar el Mundial, mientras los atletas cubanos al amparo de la Federación llevaban semanas sin competir oficialmente, algunos de aquellos cuyas bajas no alarmaron demasiado a la comisionada Yipsi Moreno obtenían excelentes resultados como Reinier Mena en los 100 y, muy especialmente, en los 200 metros, Roger Iribarne en los 110 con vallas o la jabalinista Yulenmis Aguilar y, desde luego, se comentaba en todos los corrillos las sensacionales marcas conseguidas en triple por Andy y Jordan Díaz en los campeonatos nacionales italiano y español respectivamente y que, unido a la solidez de Pedro Pablo Pichardo, invitan a considerar la posibilidad de que el próximo año en Budapest Europa pueda copar el podio con tres morenos nacidos por estos lares.

Y ya sé que muchos pensarán que el fenómeno del éxodo de atletas cubanos no es asunto nuevo, pero no puede menos que llamar a alarma el incremento del número de atletas que renuncian a competir por Cuba y es que la travesía a Eugene inició con la deserción en Miami de Yiselena Ballar, la única jabalinista representante de la isla capaz de rozar los sesenta metros y concluyó con la más que sensible baja de la abanderada y medallista olímpica en Tokyo Yaimé Pérez.

¿Hasta dónde llegaremos por este camino de idas sin retorno? Creo que ni yo ni nadie sería capaz de predecirlo, pero sí podemos cuestionarnos las razones que impulsan a tantos jóvenes a buscar otras tierras donde continuar sus carreras y, muy especialmente, por qué con las chamarretas de España, Portugal o Turquía consiguen mejorar sus marcas, salir del estancamiento en que estaban en Cuba e incluso codearse con la élite mundial.

¿Qué no le damos a nuestros atletas y necesitan buscar en otros lares? ¿Por qué también se van nuestros mejores entrenadores? Y es que, aunque Iván Pedroso con su tropa de Guadalajara es el más mediático, son varios los preparadores cubanos que acompañan a atletas de reconocido nivel de varios continentes. ¿Qué deberíamos darles sí o sí a atletas y entrenadores para que continuaran sus carreras defendiendo nuestros colores? Viendo que las lesiones frustraron la participación de atletas clasificados por marcas como Zurian y con ella el relevo 4×400, o de la heptalonista Yorgelis Rodríguez, ¿qué tan bien funciona la triada médica?

Hay quien teme mucho a la palabra fracaso y prefiere considerar a Eugene 2022 un resbalón (el enésimo) en un deporte que ha cubierto de gloria a Cuba, yo creo que más que las palabras importan los hechos. Si buscamos entre los treinta primeros de cada evento, tanto por marcas como de acuerdo al ranking mundial, hallaremos muy pocos atletas que compitan hoy al amparo de la federación cubana. En áreas en las que otrora fuimos potencia como los lanzamientos prácticamente hemos llegado al vacío absoluto y en las pistas, más allá de la promesa de un todavía muy verde Shainer Reginfo y una Roxana Gómez que aún no estabiliza marcas por debajo de los 50.50, el panorama es igual de sombrío, por lo que solo queda mirar al cajón de saltos donde también parecen estar nuestras mejores opciones en el mundial juvenil que en septiembre acogerá Cali.

En entrevista a Niurka Talancón Villafranca, Yipsi Moreno volvió a hablar de nuevas hornadas, de una presencia notable en el próximo torneo de nuestra área, otra vez ese creer que el futuro deparará mejores performances y que no se ha hecho tan rematadamente mal.

En 2023, amén del mundial de Budapest, el atletismo cubano tiene ante sí el enorme reto de contribuir al medallero cubano en dos citas multideportivas: Centroamericanos y Panamericanos. Pobres cosechas allí podrían significar que Cuba caiga más allá del quinto puesto en Santiago y que no solo México, sino también Colombia nos desplace en la edición centro caribeña. Valga decir: el atletismo cubano necesita ponerse las pilas, superar errores, voluntarismos, terquedades, desencuentros, malas planificaciones. Los aficionados cubanos necesitamos que al volver la mirada al campo y pista tengamos algo más que aquellas emociones despertadas por los triunfos de Juantorena o el récord mundial de Sotomayor de los que por estos días celebramos aniversarios. Hay que trabajar para que nunca más regresemos de un mundial con la frente marchita y en los labios el amargo sabor de la derrota.