orlando_ortegaLos que no fueron a Beijing… por Cuba (II)
Por: José Ramón Fabelo Corzo

El tema de los atletas cubanos que no llegaron a representarnos en el Campeonato Mundial de Atletismo de Beijing por haberlo hecho por otros países (6 atletas) o por no haber recibido la autorización de la Federación Cubana para hacerlo por Cuba (5), nos encara con un asunto de extrema complejidad que amerita por lo mismo un tratamiento también complejo, diferenciado, casuístico.

Como tendencia, la salida de nuestros atletas del sistema nacional deportivo se ha abordado en Cuba, por un lado, bajo principios muy generales y abstractos que por lo general no establecen diferencias entre deportes y casos particulares y, por el otro y de una manera muy marcada, desde una postura política que tuvo su razón de ser en su momento, pero que hoy debe ajustarse a las muy cambiadas circunstancias históricas en que vivimos.

Aclaremos que no abogamos por renunciar a los principios ni a la política. Pero es que los principios, cuando de una revolución se trata, han de ser ellos mismos revolucionarios, dinámicos, dialécticos, al tiempo que la mejor política, como muy recientemente hemos escuchado reiteradamente, es aquella que se ajusta en cada momento al bien común. Precisamente por ello andamos enfrascados en Cuba en un proceso de actualización de nuestro sistema económico y social, actualización que busca cambiar lo que tenga que ser cambiado, con pleno sentido del momento histórico que vivimos y con la aspiración a construir un sistema social lo más ajustado posible al bien común de todos los cubanos.

En lo que al atletismo respecta y para analizar los casos de los atletas que han salido del sistema deportivo nacional, hay que reconocer sin tapujos que ya resulta, cuando menos, insuficiente la tesis sobre el “robo de talentos” como estrategia mediante la cual los países desarrollados, con la complicidad de los deportistas, exprimen a su favor a las naciones pobres, siendo Cuba una de las principales víctimas de tal estrategia. El asunto parece ser mucho más complejo de lo que esta tesis supone, al menos –lo reiteramos– para el caso del atletismo.
Algunos datos pueden ser reveladores al respecto. Luego de un estudio de los registros oficiales de todos los casos de cambios de filiación nacional aprobados por la IAAF desde 1998 hasta el mes de julio del presente año, hemos podido constatar que en los 17 años transcurridos un total de 606 atletas han sido autorizados a competir representando a una nación distinta a la de su federación de origen. De ellos, 26 han sido cubanos, el 4.3 %. No es nuestro país el más afectado por estas transferencias de federación. Durante el mismo período otras dos naciones tercermundistas, Kenia y Etiopía, con 53 la primera y con 48 atletas la segunda, han cedido entre ambas casi 4 veces la cantidad de atletas que han dejado de representar a la federación cubana para hacerlo por la de otro país. Pero lo más llamativo de todo es que el país más emisor de atletas a otros países no es ninguno de esos tres, sino los Estados Unidos de América, con 74 desde 1998 hasta hoy. Es cierto que también ellos han recibido muchos, en total 60, pero hay un desbalance de 14 en desfavor de la nación más poderosa del planeta.

Si vamos a los datos del actual año 2015, nos encontramos con hechos igualmente interesantes que expresan, además de lo anterior, una tendencia al incremento de los cambios de filiaciones atléticas. Hasta julio del presente año, 78 atletas han sido autorizados por la IAAF para cambiar la federación nacional que representan, una cifra superior a la de cualquiera de los años anteriores desde 1998. De ellos 3 son cubanos (Yunier Pérez, Aguelmis Rojas y Yidiel Contreras) (3.8%). El país del que más atletas se han afiliado a federaciones de otras naciones es Etiopía (19). Nuevamente Estados Unidos es un importante emisor (12), al tiempo que la federación norteamericana ha recibido a 8 atletas. Y aquí viene un dato sumamente llamativo: el país que más atletas ha recibido desde otros países en 2015, con 14, es insospechadamente Baréin, pequeño estado insular del suroeste de Asia de sólo con 707 km² y 1.3 millones de habitantes y que comparte con Cuba el lugar 44 en el índice de Desarrollo Humano según el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2014.

Ello no es algo nuevo, en los últimos 3 años la pequeña nación asiática ha recibido a 33 atletas desde otras federaciones. Otros datos interesantes del presente año: Canadá ha cedido un atleta y ha recibido a 5, pero los 5 vienen no de países subdesarrollados, sino de los Estados Unidos. Rusia no ha entregado a ninguno, pero ha recibido a 7, 6 de ellos de Ucrania, ello asociado evidentemente al conflicto armado que ha vivido este último país y al cambio de adscripción nacional de la región de Crimea.

Los datos hablan por sí mismos de la complejidad del asunto y de una amplia variedad de motivos por los cuales unos atletas pasan a representar a otros países: circunstancias personales o familiares, no cabida en los equipos nacionales de sus federaciones de origen, guerras y conflictos políticos, cambios de adscripción administrativa de ciertos territorios y de sus habitantes, búsqueda de mejoras económicas, retorno a sus raíces culturales y/o religiosas, incentivos especiales otorgados por las federaciones receptivas y, por supuesto también, aprovechamiento oportunista por parte de ciertas federaciones de la disponibilidad de atletas extranjeros para suplir con ellos sus propias carencias formativas en el desarrollo doméstico de su atletismo.

Este último es, a nuestro juicio, el caso que tipifica España. Con un desarrollo bastante limitado de su atletismo nacional, el país ibérico ha acogido en su federación, desde 1998, a 29 atletas de otros países. Si bien hay aquí también, por supuesto, situaciones particulares y complejas que requieren de un examen diferenciado, no hay dudas de que, como tendencia, la Real Federación Española de Atletismo (RFEA) mantiene, en coherencia con la propia nomenclatura con la que se identifica, una actitud típicamente aristocrática que, entre otras cosas, se pone de manifiesto en hacer ella misma poco, al tiempo que es proclive a usurpar los resultados del trabajo ajeno. Más típico de la época del imperio colonial español que de la actualidad, esta actitud es éticamente reprobable. Se caracteriza, por ejemplo, por nacionalizar de manera bastante expedita a los atletas con más posibilidades competitivas en comparación con otros de menos oportunidades que pasan muchos años para lograrla. Sin que falte, por supuesto, el obligatorio requisito de jurar lealtad al Rey, los atletas nacionalizados como españoles tienden a ocupar los puestos en los que deberían estar los atletas formados en la propia España. Esta actitud ha recibido recientemente fuertes críticas por parte de los mismos atletas de ese país y de otros muchos españoles que se han solidarizado con ellos.

Uno de esos españoles, Sergio Hernández-Ranera, en un trabajo con un título ya de por sí elocuente –¿Atletismo Mercenario? No, Gracias– escribió al respecto: “La política de nacionalizaciones española aplicada a deportistas de alto nivel no tiene absolutamente nada que ver con el altruismo, la solidaridad internacional, el internacionalismo multicultural o los valores olímpicos. Si lo tuviera, siempre tendríamos a atletas de diversos países formándose y entrenándose en suelo español, pero compitiendo por sus patrias, países a los que de esta forma se ayudaría de veras en el caso de que ellos no tuvieran la capacidad de asegurar su formación. Pero el caso es que, cuando los tenemos, siempre es con miras a nacionalizarlos cuanto antes mejor, sobre todo si hacen buenas marcas”.

Si nos hemos detenido en el tema de España no necesariamente es porque este país sea el único en su caso, sino porque es el destino fundamental de los atletas cubanos que han cambiado su filiación federativa y porque ha sido Cuba el principal emisor de los que España ha acogido en su federación. De los 26 atletas cubanos que han ido a competir por cualquier otro país desde 1998, exactamente la mitad, 13, lo han hecho por España, cifra que a su vez representa el 45% de los que la nación ibérica ha recibido desde cualquier otro lugar. Estos elevados porcentajes convierten al asunto en un problema casi bilateral entre las federaciones cubana y española.

No hay dudas de que lo que viene haciendo España con los atletas cubanos se parece mucho a lo que en Cuba hemos calificado como “robo” de talentos. Y sí, lo es, sobre todo si aplicamos al hecho la primera parte de la definición de este concepto: “apropiarse de algo ajeno”. Resulta, sin embargo, más problemático usar el concepto “robo” si atendemos a la segunda parte de su definición: “empleándose violencia o intimidación sobre las personas, o fuerza en las cosas”. Este evidentemente no es el caso. Tal vez por eso, en el artículo antes referido, el colega español, al criticar el hecho, lo calificó de hurto y no de robo. Por supuesto que, en cualquier caso la conducta de la RFEA es recriminable y, para acentuar la crítica a su actitud, metafóricamente podemos usar lo mismo uno que otro concepto. Pero sólo metafóricamente, porque tampoco parece tratarse de un hurto en sentido estricto ya que éste supone apropiarse de algo ajeno, sin violencia o intimidación, pero contra la voluntad de su dueño. Pero, ¿qué pasa cuando el presunto dueño de algo ya no lo quiere más como suyo? ¿Qué sucede si el objeto del supuesto robo o hurto no es una cosa inanimada, sino un ser humano que no sólo está de acuerdo con su “reapropiación”, sino que la solicita? ¿Quién es el dueño de los atletas cubanos nacionalizados como españoles? ¿La federación cubana o la española? ¿O son ellos mismos dueños de sus vidas, incluida su condición de atletas?
Parecerían preguntas de meros tintes filosóficos si no fuera porque de sus respuestas dependerá en mucho la que le demos a esta otra pregunta crucial para el atletismo cubano: ¿está haciendo nuestro país lo necesario para enfrentar esta situación?

(Continuará)