por: Lilian Cid

La tradición de Cuba en el triple salto es una bendita locura. Esta tierra es una fábrica de talentos para esta disciplina y la genuina prueba es esta temporada, donde los nacidos aquí se han encargado de acaparar los flashes en cada sitio donde se disputó esta modalidad.

En Zurich, como no podía ser diferente, ganó un atleta de sangre cubana. Andy Díaz consiguió el primer diamante de su carrera y ratificó que es uno de los mejores – y más competitivos- triplistas en el contexto contemporáneo.

Logró su gema con marca personal de 17.70 metros, dejando atrás a sus otrora paisanos Pedro Pablo Pichardo (17.63) y Jordan Díaz (17.60).

Sus declaraciones: “Vine aquí realmente preparado para competir, y tuve la suerte de tener las condiciones adecuadas y estar en excelente forma para lograr mi mejor marca personal…

Disfruto compitiendo, especialmente frente a una multitud como esta, una multitud que me apoya y me motiva a convertirme en una mejor versión de mí mismo.

Esta temporada logré saltar lejos y mi objetivo es saltar aún más la próxima, especialmente después de haber podido demostrar lo que puedo hacer a este nivel. Vivo en Italia, así que también me gustaría competir por Italia en el futuro” – publicó la web oficial de Zurich.

Quizás ustedes no lo sepan, pero Andy Diaz tuvo que trabajar muy duro para llegar al Equipo Nacional de Cuba. Entrenaba (por fuera) con en el grupo de atletas que asumió Yoelbis Quesada con ayuda de Mabel Gay, que para ese entonces compartía roles entre su propio entrenamiento y el de supervisar a sus compañeros. Fueron sus primeros pasos como profesora, mientras intentaba regresar a las pistas luego de aquella fatídica lesión que la sacó de circulación durante un entreno previo a los Centroamericanos de Veracruz en 2014.


El triple masculino estaba repleto de figuras en ese momento. La lista era larga, con Pichardo, Ernesto Revé, Lázaro Martínez, Osviel Hernández entre los mejor posicionados, y Andy tras ellos, intentando pescar un sitio en un río extremadamente revuelto.
Yo lo vi muchas veces esforzado, trabajando junto a Dailenis Alcántara, Liadagmis Povea, Yargeris Savigne y una jovencísima Davileidys Velazco que acababa de ser promovida desde Camagüey. Tendría 17 o 18 años y ni siquiera estaba cerca de los 17 metros, pero tenía claro que quería llegar a la selección y ser un triple saltador de éxito. Yo lo seguí siempre, y aunque quizás él no recuerde, también le animé tantas veces para que no se rindiera. Mabel confiaba mucho en su talento y él tuvo -digamos- el aplomo de no dejarse vencer por la dificultad de sus sueños. Así aprovechó la oportunidad de compartir sitio con los seleccionados nacionales y aprendió a codearse con ellos. Hizo su primer equipo al mundial juvenil de Eugene en 2014, después estuvo en el NACAC de Costa Rica en 2015 y luego, en 2017, debutó a nivel mundial.

Savigne, Alcántara y Andy Díaz / foto: Llian Cid


En 2021 Andy cambió el rumbo de sus velas y se afincó en Italia tras abandonar la selección nacional. Allí permanece, y entrena con el reconocido Fabrizio Donato. Desde entonces ha navegado con mucha precisión al punto de acreditarse 6 de las 10 mejores marcas de su vida, incluyendo 5 marcas personales. Al margen de celebrar el éxito del nacido en La Habana, que lo hago porque sé cuan duro ha luchado por sus sueños, la interrogante mayor es intentar entender qué pasaba con Andy y con otros tantos que luego de afincarse en otras tierras y casi como “por arte de magia” comienzan a brillar.

Hoy el podio ha sido totalmente cubano, y apenas nos alcanzan los dedos de las manos para contar las veces que ha sucedido en esta temporada, aunque ya -casi- ninguno de ellos cobije su éxito con la bandera de la estrella solitaria. Y las sensaciones desde aquí me resultan contraproducentes, porque, aunque vayamos por ahí aplaudiendo y vociferado que son nuestros, la realidad es que técnicamente ya no lo son. Se fueron; los perdimos. Por eso se hace tan necesario y urgente hurgar con vehemencia hasta el fondo de este fenómeno, comprenderlo, y tomar acción. Rectificar lo que sea y cambiar lo que deba ser cambiado. Es que nos va la vida y la vitalidad del deporte en ello, y a veces parece que no nos damos cuenta; que no lo queremos ver.