Por Félix Anazco Ramos/ Adelante (Foto: Leandro Pérez)
El 4 de diciembre de 2000 es una de las fechas más tristes que ha vivido esta provincia en lo que va de siglo. Ese día se regó como pólvora la noticia de la trágica muerte de uno de los ídolos deportivos más queridos de Camagüey: Miguel Caldés.
Solo 48 horas después nacía Sammy, un niño condenado a crecer sin el calor de su padre y con la constante curiosidad de saber por qué todos le reverencian al conocer su apellido. En su entorno familiar nunca faltó el impulso para que siguiera la estela que su papá dejó en los terrenos de béisbol, pero recuerda que algo en su subconsciente lo frenaba.
“No fue hasta el primer año de la categoría 13-14 que comencé a entrenar”, le confesó a Adelante.
Sin embargo, unos meses después emigró junto a Betsy, su mamá, hacia los Estados Unidos, hecho que parecía eliminar toda posibilidad de que el hijo del hombre de los grandes batazos y la sonrisa perpetua vistiera el uniforme camagüeyano.
“Allá en cuanto comencé la escuela volví a jugar pelota, todo el High School y hasta los 18 años. Durante un tiempo Leslie Anderson me entrenó en Miami y siempre se ha mantenido aconsejándome. Luego entendí que podía dedicarme a esto y fui a probarme a República Dominicana. Estuve un tiempo desarrollándome en una academia en Santiago de los Caballeros, donde pude perfeccionar mucho mi técnica de bateo y logré más versatilidad a la defensa”.
Con menos de 20 años no fue fácil alejarse de su hogar y pasar largas jornadas de preparación y competencias. Por eso decidió dar un giro en redondo en su vida y regresar a donde todo empezó, quizá porque no hay mejor lugar para crecer, que el que te vio nacer.
“Mi abuela me insistía mucho para que viniera a jugar acá y como siem-pre me gustó la idea, decidí dar el paso. De aquí fueron mis primeras referencias en la pelota, veía a Ayala y quería ser como él y ahora tendré la posibilidad de trabajar a su lado. En cuanto llegué me comuniqué con el profe Borroto y me recibió con mucho entusiasmo, me dijo que con él siempre tendría un puesto para probarme. También he recibido el apoyo de mi familia y de algunos muchachos del equipo como Segura o Leonelito Moas”.
Precisamente el padre de este último se ha convertido en su tutor de-portivo y hace un mes trabajan todas las tardes para perfeccionar su mecánica de bateo.Según “El Gigante”, Sammy tiene una buena aceleración de swing y mucho poder en el impacto a la bola. Otros reportes agregan que el muchachón de 20 años y 1.90 metros de estatura cuenta con buen desplazamiento defensivo y posibilidad de jugar como camarero, torpedero o antesalista, posición en la que su progenitor marcó época.
“Mi papá dejó grandes historias y números, ahora me toca hacer los míos. No me asusta la comparación porque yo lo único que quiero es divertirme y superarme cada vez más. Voy a entrenar cada día para ser como él, pero sin dejar de disfrutar este amor por el béisbol que heredé”.
No se trata de lanzar al vuelo falsas expectativas o comenzar a medir al chico con la cinta del gran Miguelito. La verdadera esencia de esta historia que recién comienza está en el deseo de seguir un legado, del reencuentro con un destino marcado con huellas de spikes alrededor del tercer cojín del estadio Cándido González.
Sammy no quiere sufrir por absurdas comparaciones, Sammy Caldés quiere vivir y jugar a lo que la fuerza de su sangre lo impulsa. Por eso cuando llegó la pregunta más difícil de la tarde, sacó aquella sonrisa infantil que su papá le concedió y espetó: “si hago el equipo Camagüey voy a ponerme el 18… sin miedo”.
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