Di Stefano

La divisoria del fútbol está marcada por Alfredo di Stéfano, el jugador que cambió el paso al juego. No faltaron jugadorazos antes de él. Leónidas, Meazza o Sindelaar fueron reconocidos como estrellas de talla mundial antes de la II Guerra Mundial.

Zizinho, Kubala y Valentino Mazzola destacaron después. Puskas fue más allá, un mago con la pelota y un goleador impresionante capaz de construir dos carreras en equipos de leyenda: Honved y Real Madrid. Hay quien dice que Puskas fue el primer jugador moderno, con unos recursos técnicos comparables a los de grandes jugadores actuales. Pero ni Puskas, ni nadie, tuvo la influencia homérica de Di Stéfano en el fútbol.

Su gigantesca influencia es doble, como mínimo. No solo fue el primer jugador total, sino el único futbolista que ha transformado la historia de un club de forma categórica. Nunca le faltaron ideas a Bernabéu, pero el Real Madrid es el buque insignia del fútbol por el impacto de Di Stéfano. Antes de su fichaje en 1953, el Real Madrid era un equipo popular sin demasiada trascendencia. Tenía dos Ligas antes de la guerra civil. Conquistó la siguiente en 1954, en la primera temporada de Di Stéfano con el equipo. El resto es historia: los títulos en España, las cinco Copas de Europa consecutivas, el mito del Real Madrid y el de un jugador sin parangón en el mundo.

Lo que Di Stéfano hizo por el Real Madrid sería suficiente para señalarle como uno de los grandes de la historia del fútbol. Levantó un edificio descomunal. Solo Cruyff hizo algo parecido en el Ajax, pero el tamaño de la obra favorece claramente al Real Madrid. Di Stéfano instaló al Real Madrid en la cima del mundo y con esa vocación hegemónica sigue el club. Se puede decir que imprimió tanto carácter en la institución que todas las generaciones posteriores son deudoras de su legado.

Un cronista de El Gráfico escribió que Di Stéfano regaba el campo con su sangre. Su compromiso trascendía lo futbolístico. Había una vocación de grandeza en cada partido, sin reparar en los rivales y en las competiciones. Jugaba como si cada tarde precediera al fin del mundo. No había manera de desatender su ejemplo. Quienes lo hacían estaban inevitablemente condenados a desaparecer del equipo, porque el Real Madrid jugaba como quería Di Stéfano. Y él no toleraba a los tibios. Esa clase de compromiso quedó grabada como una seña característica del club.

Pero si su huella en el Real Madrid es más profunda que la de cualquier otro jugador, su efecto en el universo del fútbol no es menor. La mayoría de sus coetáneos le señalan como el mejor futbolista de la historia. Di Stéfano produjo asombro en Inglaterra y especialmente en un chico que decidió parecerse a él. Se llamaba Bobby Charlton. Siempre recuerda la tremenda impresión que le produjo aquel jugador incansable, primer defensa, primer centrocampista y primer goleador. Di Stéfano era una orquesta en movimiento. Nunca se había visto cosa igual. Hasta en Brasil encontraba seguidores acérrimos. En su delicioso libro de artículos, A Perfeiçao Nao Existe, Tostao, el inteligentísimo delantero de Brasil 70, recuerda cómo su padre le hablaba de Di Stéfano y le ponía a la cabeza de los mejores futbolistas del mundo.

No se tenían noticias de un jugador como aquel rubio nacido en Barracas, en la Boca bonaerense, descendiente de italianos, irlandeses y vascofranceses. Nunca jugó en Boca Juniors, aunque lo dirigió como entrenador en los años 60. Se habla a veces de Di Stéfano como un jugador de progresión tardía. No es cierto. Iba para estrella desde joven. Su problema, sin embargo, era de primer orden: hacerse con un puesto en la edición más mítica de River Plate, la de La Máquina. Allí llegó el joven Di Stéfano para buscar un puesto en la delantera que formaba Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lostau.

Cedido al Huracán, donde destacó inmediatamente, regresó al River Plate y lo hizo con honores. Con 22 años fue el máximo goleador del campeonato argentino. Su ídolo era Pedernera, el delantero centro que acostumbraba a retrasarse para manejar el juego. Di Stéfano y Pedernera volvieron a reunirse en Millonarios de Bogotá, durante la huelga en el fútbol argentino. Allí alcanzó rango de figura. Tenía 23 años cuando ingresó en el fútbol colombiano. Tres años después llegó a España, donde sus actuaciones con Millonarios habían despertado la atención del Real Madrid y Barça.

El contencioso Real Madrid-Barça por el fichaje de Di Stéfano es todavía parte principal del paisaje español del fútbol. Es un debate sin final. No se discute lo que sucedió en los terrenos de juego. Di Stéfano debutó en el Real Madrid con 27 años.

Venía precedido por la fama de sus años colombianos y por el prestigio de los jugadores argentinos. No se sabía, sin embargo, que acababa de aterrizar un futbolista diferente a todo lo conocido. En aquella época, la ortodoxia se ocupaba de mantener a los jugadores en posiciones muy fijas, especialmente en Europa, por influencia británica. Di Stéfano borró de un plumazo todas las convenciones existentes.

El campo le pertenecía
Su influencia no era parcial. El campo pertenecía a Di Stéfano. Nunca se había visto una cosa igual. Quitaba, conducía, pasaba, regateaba y remataba. En su primera temporada hizo campeón al Real Madrid. Marcó 28 goles en 28 partidos. En sus 11 años en el club, jugó 469 partidos y anotó 357 goles. Las cifras son tan impresionantes como su colección de títulos: ocho Ligas de España, cinco Copas de Europa, dos campeonatos de Argentina y tres de Colombia. Por donde pasó, Di Stéfano mejoró sustancialmente la vida de sus equipos.

Su despliegue como futbolista se correspondía con una personalidad extremadamente singular. Nunca le faltó carácter, ni capacidad de liderazgo, ni una curiosidad inagotable. Muchos años después, hasta ayer como quien dice, sus viejos compañeros se acercaban a él con la certeza de su jefatura. Nadie discutía al astuto Di Stéfano, dotado de un carácter incandescente y del don de la ejemplaridad. Era el mejor y también el más laborioso. Y el menos presumido. En público y en privado siempre mostró agradecimiento y admiración por sus compañeros. Hablaba de su ídolo Pedernera con veneración. Y de todos aquellos fenómenos que se encontró por el camino: Kubala, Charlton y compañía. Adoraba el fútbol.

Cuando su estrella declinó, el fútbol era otra cosa. No lo inventó Di Stéfano, pero ayudó más que nadie a transformarlo durante un decenio asombroso. Luego llegó su reseñable recorrido por los banquillos de numerosos equipos españoles y argentinos. Logró títulos, instaló a la Quinta del Buitre en el Real Madrid y siempre fue un personaje popular. No consiguió, sin embargo, que la gente olvidara al jugador que cargó con el fútbol sobre sus hombros y lo cambió de lugar. Fue un trabajo homérico. Antes de Alfredo Di Stéfano, el fútbol era una cosa. Después, fue otra. Y mejor.

 

10 frases de la Saeta Rubia

1. Meter goles es como hacer el amor, todo el mundo sabe cómo se hace, pero ninguno lo hace como yo.
2. Las finales no se juegan, se ganan.
3. El jugador europeo no puede jamás asimilar desde chico la ductilidad nuestra (de los sudamericanos) en el manejo de la pelota.
4. El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.

5. Un 0-0 es como un domingo sin sol.
6. Pelé, Di Stéfano y Maradona, triángulo mágico, ¿y Cruyff qué era? ¿Un verdulero?

7. Ningún jugador es tan bueno como todos juntos

8. Antes, cuando hacías un gol de penalti le pedías disculpas al
arquero, ahora se sacan la camiseta y se cuelgan del alambrado.

9. El futbolista que cree saber más que los otros es un mentiroso del fútbol.
10. Hay muchos jugadores que no trabajan para el equipo sino para ellos. El jugador grande es el de la colectividad

Con información de Marca y de Blog  Nalgas y Libros